Como es sabido, Ashley Madison, una red social utilizada por quienes desean mantener aventuras extramatrimoniales, ha sido ‘hackeada’ y se ha revelado la identidad de más de 30 millones de clientes. En los Estados Unidos, se ha conocido ya el nombre de unos 15.000 militares y funcionarios federales. Las autoridades canadienses piensan que dos suicidios se han debido a estas filtraciones, que han puesto lógicamente en guardia a los gobiernos de varios países ya que los usuarios, algunos de los cuales estarían situados en puestos públicos estratégicos, podrían ser chantajeados.
El asunto no es trivial, ni puede reducirse a su vertiente moral, que podrá ser relevante pero que en todo caso no tiene trascendencia pública: lo grave del caso es que una vez más ha quedado en entredicho la seguridad de Internet, que ha penetrado en nuestras vidas con una intensidad y una universalidad que da por hecho que esa seguridad existe.
En definitiva, Internet pone en cuestión el derecho inalienable de las personas a mantener un ámbito de intimidad no accesible a los demás, un espacio secreto en el que nadie tiene entrada ni puede tenerla contra nuestra voluntad. Y quizá no sea posible sobrevivir sin ese reducto propio, sin esa certeza en que podamos estar radicalmente solos cuando nos lo propongamos, sin el escrutinio constante del ojo del Gran Hermano.