Cuenta la historia del fotoperiodismo que las de la guerra civil española fueron las primeras de las muchas (demasiadas) fotografías que hasta hoy se han sucedido en todo el planeta como símbolos contemporáneos de nuestros fracasos colectivos. Lo que se vivió entre los años 1936 y 1939 en esta España donde hoy, por primera vez en siglos, la violencia no será (o eso queremos creer muchos) la herramienta para manejar la complejidad, marcó una nueva escalada en lo peor de los seres humanos.
La guerra civil española fueron los asesinatos sectarios casa por casa, la destrucción masiva de los lugares de culto, el arte y el pensamiento, la imposición y la represión, el terror institucionalizado. También fue la vergonzosa mirada hacia otro lado de lo que entonces y hoy llamamos ‘democracias occidentales’. Fue la pasividad europea, que nunca entendió este conflicto como algo propio, pero que intervino lo suficiente antes, durante y después (por acción u omisión) para hacerlo posible.
La guerra civil española estaba ahí, fuera de sus calentitas fronteras. Hasta que llamó a sus puertas en la forma de más de medio millón de refugiados españoles, que huían del horror con sus familias y lo poco que podían cargar, en busca de un lugar donde sentirse a salvo. La respuesta fue Argelers, el vergonzoso campo de concentración improvisado sobre la arena de la playa en el que se hacinaron y murieron muchas de esas familias de republicanos desesperados. Hoy, 76 años después, Argelers vuelve a Europa. Con las mismas historias y las mismas fotografías, aunque ahora en color y en árabe. Tras las mismas miradas cobardes hacia otra parte y sus mismas consecuencias. Pero hoy, 76 años después, es el gobierno español el que con más fuerza racanea en Europa una cuota de empatía.