Vivir con los dos pulmones trasplantados

Historia de superación. A Esther la llamaron un mediodía cualquiera para decirle que habían llegado unos pulmones. En dos horas se decidía su vida: o todo o nada

04 mayo 2022 20:09 | Actualizado a 05 mayo 2022 10:39
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La historia de Esther es de esas que dejan sin aliento a los lectores. Una mujer fuerte que, gracias a su actitud vital, ha conseguido recuperar una vida más o menos normal. Una vida que dio un giro de 180 grados en noviembre de 2011, cuando le diagnosticaron hipertensión pulmonar. Ahora, después de ser trasplantada de los dos pulmones, Esther nos cuenta el periplo por el que he pasado. Un spoiler: la historia tiene un final feliz.

Esther Cotano nació en Tarragona en junio de 1974. Cuando cumplió los 11 años, empezó a tener problemas de circulación en las manos. «Notaba que no tenía tacto», cuenta la protagonista. Sus padres la llevaron a muchos médicos, e incluso a naturistas, hasta que el doctor Salvador Casals le diagnosticó esclerodermia, una enfermedad autoinmune que ataca a todos los tejidos del cuerpo.

Hasta 2011, Esther llevaba una vida prácticamente normal. Fue ese año cuando, en un viaje a los Fiordos Noruegos junto a su marido, se dio cuenta de que se ahogaba al andar. «En las excursiones, las personas mayores iban más rápido que yo. No les podía seguir el ritmo», recuerda Esther. Por ese entonces solo tenía 36 años y toda la vida por delante.

Al llegar a Tarragona, la protagonista fue al médico. El diagnóstico fue un palo. «Hipertensión pulmonar como consecuencia de la esclerodermia. Me esperaba un futuro muy negro. Mi mundo se rompía en pedazos», explica.

A principios de 2012, los médicos ya trasladaron su caso al hospital Vall d’Hebron de Barcelona. Llegaba entonces el segundo palo: no podía cumplir su sueño, no podía tener hijos. «Me dejaron claro que, a partir de ese momento, mi día a día cambiaría. Dejaría de hacer todo lo que hacía. Ni deporte, ni viajar. Llegaba una persona distinta. Y no tenía ni 40 años», explica la protagonista.

En los momentos más duros de la enfermedad, Esther apenas podía andar o caminar. «Conocí una asociación, formada por personas con hipertensión pulmonar, que me ayudó mucho. Siempre va bien hablar con gente que está sufriendo lo mismo», dice.

Superada la fase de aceptación, empezaba la de los tratamientos y los ensayos clínicos. «La medicación me iba muy bien. Los primeros años incluso pude viajar, hasta que mi cuerpo se acostumbró a las pastillas, y estas dejaron de surgir efecto», explica Esther.

La segunda opción fue instalar un dispositivo directo al corazón, por donde pasar la medicación. «Al principio me costó porque me tuvieron que hacer un cateterismo y, además, el sistema me generaba muchas limitaciones, como por ejemplo, no podía bañarme», comenta. Pese a ello, Esther claudicó, pero los resultados no fueron los esperados.

Solo quedaba un camino. Una única alternativa: el trasplante de pulmones. «Al principio del tratamiento, los médicos lo dejaron caer. Pero yo lo veía como una posibilidad muy remota», reconoce Esther, quien entró a formar parte de la lista de espera. El médico se lo dejó claro: si no encontraban unos pulmones no llegaría a diciembre. En cualquier momento la podían llamar.

El día de la verdad

17 de julio de 2017. Tres de la tarde. Lo que parecía un mediodía cualquiera cambió su vida. «Me llamaron de la Vall d’Hebron y me dijeron que tenían unos pulmones para mí. Los médicos me estaban esperando», relata. Su suerte tuvo que ver con el fallecimiento de una chica en accidente de tráfico, esa misma mañana. La familia activó entonces el protocolo que ya habían hablado. El marido de Esther la recogía, mientras que su hermano se encargaba de los padres.

«Desde que me dijeron que había que trasplantarme hasta que llegó el día, fui haciendo un trabajo personal interno que me sirvió para afrontar esos momentos. Perdoné a todos los que me habían hecho daño, y también me perdoné a mí misma, por los errores. Estaba preparada para todo», explica la protagonista, quien añade «era o todo o nada. O iba bien o se acababa todo».

La operación duró seis horas, y Esther estuvo 53 días ingresada en la UCI, de los cuales quince en coma inducido. «La información que llegaba a mis familiares era mala. Parecía que estaba rechazando los pulmones», explica. Pero la cosa cambió y Esther se recuperó. «No tuvo tanta suerte una compañera mía, que murió durante el trasplante», recuerda, con tristeza. Esther explica que lo que más echaba en falta durante su estancia en la UCI fue el aire tocándole la cara, una sensación que ahora puede disfrutar.

Han pasado cinco años desde entonces y Esther goza actualmente de una vida normal. «Además, con la pandemia, paso desapercibida con la mascarilla. Lo único que no puedo hacer es juntarme con gente constipada», explica. Esther ha aprendido a vivir con intensidad, aprovechando cada momento y celebrándolo absolutamente todo. En ocasiones, las enfermedades nos quitan cosas, nos dañan. Pero en otras nos dan herramientas para ser más felices. Este es el caso de Esther.

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