Carnaval de Reus, 1898. El diario conservador Crónica reusense comenta los concurrídisimos bailes de máscaras celebrados la noche del domingo en las distintas sociedades recreativas. A juicio del redactor, las fiestas tuvieron un único lunar: «La ausencia casi por completo de las señoritas pertenecientes a las clases más pudientes de nuestra sociedad, como también la de nuestras lindísimas y airosas menestralas... La causa de ello la sabemos todos; deriva del trato licencioso que algunos jóvenes se permiten con ellas».
Desgraciadamente, a finales del siglo XIX las repercusiones de este lejano precedente del movimiento Me Too fueron aún más degradantes que el caso en sí, porque para remediarlo «algunos de los socios piensan y proponen pedir a las juntas se sirvan ordenar como medida urgente, no les sea permitida la entrada a las mujeres del arroyo». Aclaremos que lo «del arroyo» era una forma coloquial de referirse a personas humildes o en situación de miseria.
Curiosamente, la respuesta más atinada salió del ultraconservador Semanario Católico de Reus: «¡Ah! con ellos, con los del trato licencioso nadie se atreve; y la moderna sociedad o suciedad, hasta les alaba por sus travesuras, y no tiene inconveniente en darles por recompensa de sus infames galanterías el título de cumplidos caballeros».
Hoy como ayer, el Carnaval de Reus mantiene su inagotable capacidad de generar polémicas. La más encendida de un tiempo a esta parte hace referencia al consumo de alcohol durante las rúas y a la imagen que deparan las mismas, especialmente el gran desfile del sábado.
En el fondo de la cuestión subyace el debate sobre el modelo del Carnaval de Reus, autogestionado por las colles y cuya singularidad pervive con todas sus consecuencias, la más evidente de las cuales es que se trata de una fiesta más pensada para vivirla que para presenciarla. La experiencia del participante es infinitamente mejor que la del espectador.
Los críticos argumentan que cada vez hay más reusenses que se quedan en casa o se van a ver la rúa del Carnaval de Tarragona, hartos de que la de Reus haya derivado en una suerte de procesión de los borrachos, con pocos disfraces, carrozas o coreografías dignas de contemplación y sin apenas restos del espíritu crítico, satírico y transgresor que inspiró la recuperación del Carnestoltes.
Fiestas y ordenanzas
Pero esta es una moneda de dos caras, ya que los defensores del modelo también pueden esgrimir que cada vez hay más tarraconenses que vienen a Reus para participar en un Carnaval que consideran más genuino y divertido que las plumas y bailes tropicales que imperan en su ciudad.
Esta es un discusión sin fin, porque se dirime en el terreno de los gustos y preferencias y hay razones que asisten tanto a los que lo ven de un modo como de otro. El problema objetivo, el que ha puesto a la rúa de Reus en el ojo del huracán, más allá de que sea un espectáculo a todas luces mejorable, son los excesos relacionados con el consumo de alcohol y su visibilidad. Esto es, beber de forma abierta y a veces desmedida en plena calle y sus efectos entre gente a menudo muy joven. A lo que hay que añadir daños colaterales para los vecinos de la zona, en forma de orines, vómitos...
Todo esto choca con las campañas de salud pública contra el consumo de alcohol, especialmente entre los jóvenes. Y tampoco casa muy bien con un Ayuntamiento comprometido en una cruzada contra el incivismo, en que beber y orinar en la vía pública son dos de los comportamientos más perseguidos y sancionados. Y recordemos que aunque el Ayuntamiento no organiza el Carnaval, sí que ejerce de copromotor, a la vez que proporciona la logística necesaria para su celebración.
El reto está en encontrar el punto de equilibrio entre hacer respetar la ordenanza municipal de civismo e intervenir lo menos posible en una fiesta popular multitudinaria, lo cual es mas fácil de decir que de hacer al gusto de todos. Especialmente en una sociedad tolerante con el alcohol, que lo admite como elemento consustancial a sus tradiciones festivas e incluso lo promociona como uno de los mejores reclamos de su cultura gastronómica.
En este sentido, el papel clave no lo tiene ni la Guàrdia Urbana ni los responsables municipales, sino las propias agrupaciones de carnaval, que se han comprometido a poner coto a los excesos y a lavar las imágenes menos edificantes del Carnestoltes reusense, como queda sarcásticamente de manifiesto en el cartel ganador de la edición de este año.
Es un buen síntoma que el carnaval sea capaz de reírse de sí mismo y de sus propias miserias y exponga sin tapujos cómo están las cosas. Esperemos que el resultado de todo ello sea que el Carnaval de Reus tenga una rúa cada vez más sobria, en todos los sentidos.