«Todo futuro es fabuloso», escribió Alejo Carpentier, como he recordado en estas páginas alguna vez. El futuro encierra siempre esperanzas, pues sin ellas el ansia de evolucionar progresando nos sumiría en una angustiosa desazón. Sin embargo, hay futuros aciagos, fruto de la lógica concatenación de hechos y circunstancias.
Actualmente, este planeta se asoma al futuro cargado de incógnitas sin resolver y negros nubarrones. Las crisis se suceden cada vez a un ritmo más vivo y generando mayor preocupación porque no les encontramos solución efectiva: la covid no se ha retirado y sigue causando estragos, los mismos por los que temblábamos hace dos años con la esperanza de una vacuna que ha salido como un paliativo y no como una solución.
Y, acto seguido, sin un respiro, Rusia se lanza contra Ucrania para una guerra de tres o cuatro días que ya va para el medio año sin perspectivas de un fin próximo y positivo. La economía mundial ha padecido una convulsión monstruosa de la que faltan aún los más fuertes latigazos. Hemos retrocedido al menos treinta años en cuestiones económicas, que son las que mueven el mundo.
En septiembre o a más tardar en octubre habrá un incontrolado aumento de todos, absolutamente todos los precios y con ello la constatación de que las alegres vacaciones recién pasadas –muchas de ellas pagadas con un inconsciente crédito– nos abocarán a una realidad tenebrosa. ¿Qué nos dirán entonces los políticos que esta semana han decidido aumentar el gasto en defensa en lugar de reservar dinero para tapar los agujeros que se irán produciendo de forma incontrolada? El viejo y falso axioma de que cualquier tiempo pasado fue mejor se convertirá en una realidad vergonzante: dejamos a nuestros hijos y a nuestros nietos un mundo peor que el que hemos conocido. Un mundo para el que no se ofrece solución, agravado por el proceso de una contaminación degradante y el previsible fin de las energías y bienes naturales no renovables. Asusta pensar que tal vez estamos llegando tarde a una solución que dé la vuelta a la tortilla de estas realidades inexorables. Todo ello mientras no se detienen los que se aprovechan de las situaciones para estrujar más y más al planeta porque están ganando dinero a espuertas.
La cumbre de la OTAN sólo nos ha traído un incremento del gasto militar. Otras cumbres debiera haber (FAO, OMS, G20, etcétera) que ordenaran y pusieran límite al ‘campi qui pugui’ que el capitalismo mal entendido alimenta e incrementa. Nadie se enfrenta a solucionar el problema de África, que no está en regular flujos migratorios sino en que la vida sea digna para los africanos en sus países.
Por encima de todo ello, estamos levantando a nuevas generaciones que se aferran el egoísmo, la falta de emociones y sentimientos y la inconsciencia de cuanto les espera en pocos años. Maleducamos a una inmensa tropa de muchachos en la cultura del «quiero esto y ahora» sin sentido de sus deberes ni de la necesidad del esfuerzo no ya para prosperar sino incluso para subsistir. Añadamos una superpoblación mundial con un problema demográfico del que nadie habla, y tendremos una perfecta fórmula explosiva que nos lleva a todos, todos, a una debacle que ya está en marcha.
Los problemas no se arreglan solos y los administradores de la cosa pública debieran estar planteando estas cuestiones y aplicando, cuanto menos, medidas de urgencia.
No es esta una visión catastrófica de la realidad humana. Es una realidad que ya estamos palpando en una sociedad como la nuestra donde se ha hecho del tomar el sol y divertirse en verano un imperioso y absurdo derecho.