Sólo el ansia por huir de la miseria y las guerras puede explicar que cada año miles de personas se jueguen la vida cruzando el Mediterráneo con embarcaciones suicidas en busca de una vida digna. Las condiciones infrahumanas de las travesías y la falta de escrúpulos de las mafias que organizan los viajes causan cada año miles de muertos. Sólo en lo que va de 2017 se calcula que más de 1.300 personas han fallecido en el cruce más peligroso del mundo para los inmigrantes que huyen de África y Oriente Medio.
Ayer se produjo una nueva tragedia con al menos 34 muertos, la mayoría de ellos eran niños. Unas 1.800 personas que iban a bordo de frágiles embarcaciones con destino a Italia fueron rescatadas por los equipos de ayuda humanitaria. Con la llegada del buen tiempo los intentos desesperados de desembarcos en las costas europeas se intensificarán.
Estamos ante un problema humanitario que no se resolverá incrementando las medidas de control, ni siquiera luchando contra las mafias que se aprovechan de la desesperación. Occidente debe adquirir conciencia de que el desequilibrio económico le acabará estallando en las manos si los países ricos no desarrollan verdaderas políticas de equilibrio entre el Norte y el Sur.
La sangría constante de vidas en aguas del Mediterráneo debe atacarse ayudando a los países de África al desarrollo económico que permita a sus habitantes una vida digna en su tierra. Nadie emigra por gusto. Y mucho menos se juega la vida.