Hemos llegado a tal punto que atender los mensajes de la política cotidiana se convierte en una experiencia incluso desagradable. No hay día en que no salga algún político señalando que ha ocurrido algo muy grave, en general en ámbitos próximos a los partidos que forman el Gobierno. Acto seguido llega la petición del cese o la dimisión de todos los que tengan algún cargo del que dimitir.
La tensión sobre el caso de que se trate dura poco. Enseguida, el asunto desaparece y aparece en escena otro ‘escándalo’ tan espinoso o más que el anterior. Al cabo de unos días, se comprueba que las denuncias no tenían entidad o que no eran ciertas. Entonces, ya no le importa a nadie. Esas acusaciones con poca sustancia se superponen unas a otras pero dejan huella de que «algo hay». Destrozan reputaciones y marcan a veces de manera indeleble al contrario que queda impregnado de sospecha: Cuando el río suena.
Para esa labor tan insidiosa también se utilizan los tribunales que acumulan querellas que luego, por regla general, no tienen recorrido. A todo esto ayuda, por supuesto, la existencia de personajes corruptos, muchos más lamentables cuando actúan para obtener beneficio del sufrimiento y de la enfermedad. El ruido que se origina para señalar al contrario, apaga lo que el sentido común aconseja: que sean los jueces quienes determinen sobre esas cuestiones.
En todo caso, la frivolidad se ha instalado en el escenario político y al final todos pagamos las consecuencias. Mientras tanto, esas peleas dibujan un panorama global cutre y lamentable, cuando en el gran telón de fondo suceden acontecimientos realmente preocupantes. Países como Alemania o Dinamarca preparan a su población ante la eventualidad de que un Putin todavía más crecido extienda el conflicto como él mismo amenaza. El secretario de Defensa de Estados Unidos alertaba el martes: «No nos engañemos, Putin no se detendrá en Ucrania». Y la ministra de Defensa, Margarita Robles, apuntaba que «la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente».
Para más angustia, el Consejo de Seguridad Nacional de España ha advertido que crece la amenaza del terrorismo yihadista. Puede que el Gobierno actúe con precaución para no disparar más alarmas, pero cuesta comprender que la oposición insista en descalificar y crispar. Ante esta situación, sería hora de que todos los partidos se sentaran para buscar una tarea común. Empieza a ser urgente.