Este 1 de Mayo se volverá a hablar mucho de los temas de siempre: la competitividad de los salarios, la reducción de las jornadas, la conciliación del trabajo con la vida familiar o personal, etc.
También de otros factores que afectan a la calidad de vida de la clase trabajadora, como el acceso a la vivienda o las políticas sociales. Todos son aspectos en los que el Sindicato de Trabajadores tiene el foco puesto, porque a pesar de que vamos consiguiendo mejoras, la lucha no termina nunca.
Este año, y aunque no sea un tema nuevo en absoluto, queremos poner el acento en la salud mental. Ya esté relacionada con los ambientes de trabajo o no.
En los últimos años, numerosos personajes públicos han puesto su granito de arena para hacer aflorar una epidemia enterrada, que por miedo a la estigmatización ha sufrido una espiral de silencio en las empresas.
Y el mundo del trabajo no puede ser, en absoluto, una isla en este proceso, porque justamente es en él en el que buena parte de las patologías psicosociales se manifiestan de una manera más clara.
En los últimos días se ha viralizado una situación en el programa Masterchef en el que una concursante decidía dejar el concurso por este motivo.
La reacción nada empática del cocinero Jordi Cruz, miembro del jurado, y aunque en estos programas de entretenimiento se intuye una guionización pensada para captar audiencia, lamentablemente se parece mucho a la que tienen todavía demasiadas empresas cuando una de las personas de su equipo explica que algo no va bien a nivel psicológico, ya sea por cuestiones personales o por su relación con el trabajo.
En cualquiera de los dos casos, las empresas tienen la obligación moral (y también legal) de escuchar a la trabajadora o al trabajador y tomar medidas para contribuir a la mejora de su estado de salud mental.
¿O es que las personas que hacen posible una empresa son menos importantes que sus recursos materiales, que seguro que son objeto de mantenimiento?
Y si hablamos de la relación entre el trabajo y la salud mental es inevitable poner el foco en dos realidades muy concretas. Por un lado, los ambientes laborales tóxicos, donde un erróneo sentido de la exigencia y la competitividad, normalmente guiados por mandos con una visión poco empática de lo que significa trabajar duro y de hasta qué punto se puede exigir, acaba precipitando un goteo de casos que dejan en evidencia el origen del problema.
Es muy importante que, entre todos, detectemos estas dinámicas para introducir las medidas preventivas que sean necesarias.
Por otro lado, muchas veces los trabajadores tienen el enemigo dentro. Particularmente cuando caen en las garras de un determinado marketing del éxito que inculca y premia psicológicamente unos niveles de sacrificio y esfuerzo por el propio trabajo que impactan negativamente en la salud.
En algunos círculos empresariales se los conoce como el club de las 5 de la mañana, glorificando la renuncia a las horas de descanso que recomienda la ciencia para entregarse en cuerpo y alma al trabajo. Este sentido espartano de las obligaciones profesionales puede tener su épica puntual, pero la comunidad científica advierte de las consecuencias de mantener ciertos ritmos de vida a largo plazo.
Los caminos de la salud mental son inescrutables. Pero es obvio que hay una serie de malas praxis en las empresas que contribuyen a desencadenar problemas de este tipo. Por tanto, este tema debe ocupar un lugar preferente en las pancartas de este 1 de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, y en las agendas de los sindicatos, las empresas y los partidos políticos e instituciones.