La guerra por las palabras

Los populismos incentivan la desafección política y la polarización social para acrecentar su influencia. Uno de los antídotos: permanecer críticos
con todos los actores sociales

19 diciembre 2024 21:45 | Actualizado a 20 diciembre 2024 07:00
Javier Luque
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Llega la Navidad y la verdad es que da pereza hablar, una vez más, de la deriva populista a la que nos vemos abocados en nuestro entorno. Hace un año publicaba La Mirada con el título ‘Un punto de inflexión’, en la que diseccionaba los desafíos para la democracia que representaba este 2024, el mayor año electoral de la historia reciente, ante el empuje de los movimientos extremistas en todo el mundo pero, en especial, en dos de los bastiones (con todos sus defectos) de los valores democráticos: Europa y EEUU. Y, ya ves.

Por cierto, una anotación personal: Dejaré de utilizar la expresión ‘extrema derecha’ a partir de ahora en mis columnas porque creo que los extremismos modernos, sean del color que sean, no tienen una ideología, sólo una agenda supremacista.

Vuelvo. Decía que da cierta pereza escribir en estas fechas sobre el deterioro que ha sufrido el debate político con el ‘y tú más’, una táctica empleada para tapar las vergüenzas de unos y otros. Una práctica centrada en generar ruido para acallar cualquier atisbo de diálogo. No interesa entender o criticar al ‘otro’, sólo enfangar el debate con insultos. Hastiados, los ciudadanos nos distanciamos cada vez más de la política, en vez de exigirles respuestas a los problemas que nos ocupan. Algo que han sabido ver los radicales y populistas, porque nadie sabe moverse tan bien en el fango como ellos.

En Austria, los extremistas han sabido utilizar el tema de la immigración, el frenazo económico y el coste de la energía por la guerra en Ucrania para arrasar en las elecciones parlamentarias. Se han quedado a las puertas de poder gobernar en solitario a base de soluciones populistas y una retórica antieuropea. Los conservadores han mantenido su palabra y se avecina un pacto con socialistas y neoliberales.

En Francia, Marine Le Pen y la izquierda francesa ya han hecho caer al primer ministro. El partido ultranacionalista Agrupación Nacional es el primer partido del Parlamento francés por primera vez en su historia, al que llegó a lomos de discursos racistas y con tintes antisemitas. Una coalición frenó in extremis su llegada al Elíseo.

En Alemania, la formación ultranacionalista AFD ha superado las expectativas de voto en los dos Landes en los que se han celebrado los comicios este año. Mientras tanto, el gobierno del socialista Olaf Scholz ha saltado por los aires debido a las desavenencias políticas e ideológicas con su socio de gobierno, el liberal y Ministro de Hacienda Christian Lindner. Las elecciones anticipadas se deben celebrar en febrero del 2025 y en AFD ya se frotan las manos.

Y, en Estados Unidos, ya ves.

Todas estas formaciones han sabido capitalizar el voto de los conspiranoicos (no de todos, me dice un buen amigo, y es verdad), hablando públicamente contra el cambio climático, las vacunas de la Covid (sí, todavía), y una supuesta élite mundial que subyuga a los ciudadanos ‘libres’. Escribo ‘libres’ entrecomillado porque me resisto a caer en la guerra por las palabras que plantean estos grupos, que redefinen por interés propio el significado de conceptos que, hasta ahora, unían el tejido social, precisamente allí dónde el diálogo debe empezar.

Así pues, estos grupos tachan de censores a periodistas por exponer sus tácticas. Unos periodistas que no cuentan, según ellos, toda ‘la verdad’ porque trabajan para medios financiados por los gobiernos y las grandes compañías. Si bien a todos nos vendría muy bien hacer autocrítica, imagino que no se refieren a los periodistas de Faktograf, en Croacia, inundados a demandas civiles por exponer la corrupción de su gobierno. Tampoco deben pensar en las seis balas que recibieron en el pecho y la cabeza el periodista de investigación Jan Kuciak y su pareja, Martina Kusnirova, por revelar las conductas mafiosas de oligarcas eslovacos amparados por el gobierno. Imagino que tampoco piensan en la periodista de investigación Daphne Caruana Galizia, asesinada con un coche bomba, después de años exponiendo la corrupción del gobierno de Malta. Todos ellos, y muchos otros, han dado su vida o su salud por hallar las evidencias contrastadas que apoyan las informaciones que publican.

En fin, lo dicho, da pereza hablar de esto en Navidad. Sin embargo, me da a mí que radicales y populistas cuentan con ese desgaste para ir ganando terreno. Así que en 2025, combatiremos el hastío con más palabras, las que nos dejen. Felices fiestas.

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