El doctor Pons, un médico apasionado ajeno a las interferencias políticas

La mirada

20 febrero 2023 19:07 | Actualizado a 21 febrero 2023 07:00
Javier Pons
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Toda la polémica sobre el estado de la salud pública que se extiende por todo el país me ha empujado a recordar cómo vivía su profesión mi padre, el cardiólogo tarraconense (zaragozano de origen) Antonio Pons Cardiel, que cumple dentro de tres días 99 años de edad. Le debía este recuerdo en vida afortunadamente porque siempre ha sido y es un fiel lector del Diari, así que sé que de alguna forma le llegarán los ecos de estas líneas.

Justo ahora que acabamos de vivir una gran manifestación en Madrid (más de 250.000 ciudadanos salieron a la calle para defender la sanidad pública), quiero dedicarle estas líneas a él y a todos los médicos (enfermeras y asistentes) que son el corazón de esto tan intangible pero extremadamente valioso como una porción de nuestro estado del bienestar.

Ahora que él estará en su sillón observando y escuchando todo este ruido desde su atalaya casi centenaria, me pregunto qué estará pensando mientras rebusca en sus recuerdos cómo ejercía él su pasión, más que profesión.

Imagino que en sus comienzos y en su madurez profesional tuvo que lidiar con problemas peores que los que se enfrentan los facultativos ahora. Seguramente la escasez de medios y de personal que ahora se denuncian tuvieron un prólogo en tiempos en los que el cuidado de la salud no estaba en ninguna lista de prioridades públicas. Como en aquella época estaba mal visto quejarse (más que nada porque podías acabar en la cárcel), imagino que debió apretar los dientes y responder a la situación con esfuerzo, dedicación y su forma de hacer las cosas: implicándose al máximo con sus pacientes y sus dolencias.

Entiendo que ahora muchos médicos hacen lo mismo y que gracias a ellos y a los otros actores de la función médica seguimos siendo un país privilegiado donde muchos foráneos flipan al ver cómo aquí todo el mundo tiene derecho a unos mínimos de atención sin tener que robar un banco.

Miro hacia atrás, pues, y veo al Doctor en su primer destino oficial, Alcañiz, donde desarrolló su actividad desde inicio de los 50 del siglo pasado hasta mediados los 60. En aquella época un médico rural de cabecera, aunque ejerciera en una zona semiurbana como Alcañiz, tenía que atender su profesión principalmente a domicilio, ya que consultas privadas y hospitales se estaban comenzando a configurar como ‘ejes’ asistenciales.

Eran años duros, y más en una tierra ‘olvidada’ como Teruel. La sombra oscura de la posguerra todavía sobrevolaba en la miseria de la mayoría de los ciudadanos. Pienso a mi padre en bicicleta o a pie por las rudas y nevadas colinas que rodean la ciudad atendiendo a enfermos que en aquella época aspiraban a sobrevivir a sus dolencias, ya que tenían una esperanza de vida de entre 35 y 40 años.

De hecho, no daba tiempo a que desarrollaran los cánceres (poco comunes en proporción entonces) y la gente, en especial niños y ancianos, se moría de enfermedades infecciosas, en especial la tuberculosis. La segunda causa de muerte eran las enfermedades grastrointestinales. Vamos, que la gente moría por una diarrea.

Alternó la atención a domicilio durante toda su vida con su consulta privada tanto allí como más tarde en Tarragona. Todavía hoy al sonar el reproductor del teléfono inteligente que replica a los negros de baquelita me estremezco recordando la respuesta que solía acabar a cualquier hora del día o de la noche con mi padre empuñando su maletín y enfilando la calle.

Un profesional sin aspiraciones especialmente sofisticadas y al que se le negó la única que tuvo en la cabeza durante muchos años: tener un hospital donde poder desplegar ampliamente su idea de la medicina.

Pero no hubo lugar en hospitales para él más que como colaborador, ya que desde siempre mostró un escaso interés por el politiqueo y los ‘enredos’ gremiales necesarios para escalar puestos de poder en esos centros que primero administraba la iglesia y más tarde ayuntamientos, diputaciones, ‘governs’... Siempre había alguien ‘amigo de...’ o ‘pariente de...’ que acababa teniendo milagrosamente más puntos que él.

Sí que llevó, porque era quien mayor experiencia tenía en ese campo, la gestión médica del centro antituberculoso de la Savinosa, donde pudo ejercer libremente y sin excesivas interferencias políticas una dirección total para fortuna de los niños allí ingresados procedentes de distintos puntos de España.

Con la perspectiva del tiempo el hecho de no cumplir con esa aspiración del hospital no importó mucho: salió ganando una legión de pacientes en Tarragona que todavía le añoran ahora que se cumplen casi más de treinta años de su jubilación.

El Doctor Pons tuvo tiempo para eso y para inocular a sus dos hijos médicos la misma pasión por atender siempre con un perfil humanista a sus enfermos... Un perfil que hoy siguen defendiendo muchos profesionales a pesar del espúreo uso que algunas administraciones hacen de la sanidad como ariete de confrontación política.

Felicidades, Doctor Pons, y qué suerte que la política siempre te pasara rozando...

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