Decía un profesor que tuve en Bachillerato y al que aún recuerdo con gran aprecio que «la vida dará más o menos vueltas, pero al final el tiempo acaba poniendo a cada uno en su lugar, de modo que quien es mezquino tendrá una vida mezquina».
Me gusta pensar que tenía razón, que en este mundo existe cierta justicia poética –el karma, lo llaman mis hijas, más modernas que yo– por la que las acciones que realizamos tienen una especie de recompensa o de castigo, en función de su naturaleza y la intención que ponemos en ellas.
Y en los últimos días me he topado con varias noticias que confirman esta teoría. Una de ellas sucedió hace apenas una semana en la estación de tren de Maçanet-Massanes, en Girona, donde un individuo apedreó a un vigilante de seguridad de Renfe al que provocó varias heridas y en su huida se cayó por un barranco, por lo que tuvo que ser rescatado por los bomberos.
Además de acabar en el hospital para ser atendido de las policontusiones y magulladuras producto de la caída, fue detenido por daños, lesiones leves, amenazas y resistencia a los agentes de la autoridad.
No le fue mejor a un hombre de 28 años que robó un desfribilador de un hospital de Murcia valorado en más de 5.000 euros y que fue arrestado poco después, al sentirse mal y presentarse en las urgencias de mismo hospital.
También tuvo algo de karma la acción de esos cafres hinchas del Barça que el pasado martes, antes del partido de Champions que enfrentaba al equipo blaugrana con el PSG, apedrearon a un autobús... del propio Barça, al confundirlo con el de los rivales.
Bueno, en este caso no sé si fue realmente justicia poética; lo que sí es cierto es que estos impresentables hicieron un ridículo bochornoso. Cosas del karma...