Siempre he pensado –y los hechos se han empeñado en darme la razón– que en este país la ciudadanía es mucho mejor y tiene mucho más sentido común que los políticos que la representan. El último ejemplo lo encontré ayer, cuando leí que el 80% de los españoles planea restringir a su núcleo de convivientes las celebraciones de Nochebuena y Nochevieja.
Sí, mientras los diferentes gobiernos, pese a no dejar de alertar sobre la gravedad de la situación, toman medidas que no van más allá de la cosmética para evitar el desgaste que unas restricciones más duras en la época navideña les podría acarrear –sí, aquí todo se mira en función de si me dará o restará votos– y anteponen la economía a la salud, los ciudadanos, conscientes, ellos sí, de que les va la vida –la suya y la de sus familiares– en el envite, están dispuestos a grandes sacrificios. Lo veo en mi círculo cercano, donde varios amigos ya me han comunicado que este año, con todo el dolor de su alma, no irán a ver a sus padres. «Imagínate que vamos y los contagiamos. No me lo perdonaría nunca», me dicen. Sí, habrá que asumir que estas serán las Navidades más extrañas de nuestras vidas. Toca sacrificarse para poder celebrarlas todos juntos el año que viene –o en marzo, o en junio…–. Sí, la gente lo tiene claro. Más que los dirigentes. Menos mal.