Estos días circula por las redes sociales la secuencia más emotiva de Esta tierra es mía, obra maestra que Jean Renoir dirigió en 1943. Es una de esas escenas que quedan grabadas para siempre en la retina del espectador. Antes de ser detenido y fusilado, el profesor Lory (Charles Laughton) lee a sus alumnos la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano para que esos chiquillos, que son el futuro de la nación y de la Humanidad, no olviden nunca el significado de tales palabras.
El cineasta francés rodó la cinta con el afán de convencer al público norteamericano de la necesidad de comprometerse con la democracia y defender a los países europeos ocupados por los nazis. El resultado fue una película apasionada. No es de extrañar, por lo tanto, que en momentos de apasionamiento político como los que se viven en Catalunya sea utilizada en defensa de los ideales propios. Lo curioso del caso es que personas de uno y otro bando adopten Esta tierra es mía como un alegato en favor de sus argumentos, circunstancia que por sí sola describe la complejidad de la situación política catalana.
No me interesa tanto esta contradicción como la importancia que esa escena final da a la educación como herramienta para la transmisión de los más altos valores. ¿No está el profesor Lory adoctrinando a sus alumnos? La pregunta viene a cuento a raíz de las barbaridades que se están arrojando contra la escuela catalana como explicación precocinada sobre el auge del independentismo. El Gobierno, la Fiscalía, entidades, partidos e intelectuales se han abonado a esta teoría, con la que disfrazan su manifiesta incapacidad para entender ni asumir la poliédrica realidad de la Catalunya actual. Supongo que también aprovechan para pasarle factura a nuestro sistema educativo por haberse resistido a aceptar la segregación lingüística que querían imponerle.
¿Y quienes serían los nazis en esta película? Nadie merece tal calificativo, que hoy se esgrime con insultante irresponsabilidad. Pero en esta polémica ya se han cruzado demasiadas líneas rojas. Quienes abocan sus fobias sobre nuestras escuelas y ponen en el punto de mira a nuestros maestros son los únicos que corren el riesgo de parecerse a los malos de la película de Renoir.