Fundador del Centro Latinoamericano de Reus, miembro de diversas plataformas sociales, coordinador de la Agencia SERPAL (Servicio de Prensa Alternativa) y colaborador de diversos medios de comunicación internacionales.
Esta parece ser la perspectiva que tienen los seguidores del presidente brasileño, si hoy en la segunda vuelta no logra superar los votos que obtenga Lula, su rival. Al menos, eso es lo que está alentando Bolsonaro, cuando dice que si no gana, es porque hubo fraude. En la primera, Lula venció con cinco puntos de ventaja. En votos, 57 millones contra 51 de Bolsonaro. Ahora las encuestas han tenido ligeras variaciones durante la campaña, pero se mantiene la ventaja del exsindicalista metalúrgico.
Cuando Bolsonaro ganó las elecciones en el 2018, Lula, que entonces gobernaba, no pudo presentarse porque un juez le condenó a 580 dias de cárcel por una presunta ‘corrupción pasiva’. Bolsonaro fue elegido, y ese mismo juez fue nombrado ministro. Recién en marzo del 2021 los jueces de la Corte Suprema anularon todas las sentencias dictadas contra Lula y recuperó su libertad.
Las propuestas son dos modelos antagónicos de país, que exceden la dicotomía izquierda-derecha. Lula ha gobernado Brasil con éxitos económicos y con medidas que favorecieron a los sectores más humildes con programas sociales como Hambre Cero o Bolsa Familia que sacaron de la pobreza a más de 30 millones de brasileños. Tuvo papel destacado internacional, en temas por la paz y sobre el cambio climático.
Bolsonaro se apoyó en las grandes empresas, el agronegocio y los sectores evangélicos, que se han extendido en el país abarcando un tercio de la población. En sus actos, cuesta diferenciar lo religioso de su acción política, claramente ultraconservadora. Los evangélicos disponen de mucho dinero, medios e influencia, y están centrados en atacar a Lula con calumnias de todo tipo. A cambio, han recibido amplios favores de Bolsonaro, convertido en evangelista. Con él, Brasil se alineó con las políticas de EEUU en América Latina y en economía como neoliberal y privatizador.
Bolsonaro fue negacionista cuando comenzó la pandemia de Covid 19. Lo calificó de patraña planificada. Cuando él mismo se contagió, lo describió como «gripecita». Tardó en tomar medidas a nivel estatal, y el saldo fue que Brasil tuvo casi 700.000 muertos por Covid 19, la cifra más alta en América Latina.
Esta misma semana, el gigantesco aparato de propaganda que tiene Bolsonaro difundió una serie de falsas noticias, reiterando que si era derrotado en las urnas sería por un fraude. Pero el presidente del Tribunal Superior Electoral no solo rechazó la denuncia por falta de pruebas, sino que pidió investigar a Bolsonaro por presuntas irregularidades en su campaña y le adjudicó una intención de «enturbiar el proceso electoral». Ese argumentario forma parte del plan preparado por Bolsonaro si las urnas ratifican en la segunda vuelta la preferencia de los brasileños por Lula Da Silva.
Algunos medios no descartan que si eso ocurre, intente desconocer los resultados y quebrar el orden constitucional. Hace unos días, Bolsonaro expresó que Brasil ha pasado por momentos difíciles, pero también por buenos, y citó varias fechas, entre ellas el año 1964, el del golpe militar que impuso una dictadura que gobernó 20 años el país. Y dijo entonces: «La historia puede repetirse. El bien siempre vence al mal». La prensa brasileña se hizo eco de que el pasado miércoles Bolsonaro se habría reunido con el ministro de Defensa Paulo Nogueira y con los comandantes de las Fuerzas Armadas. No hubo confirmación oficial.
Al parecer, y como ocurrió en el 2018, varias empresas privadas han financiado propaganda contra el PT y su candidato. Las ‘redes’, en particular WhatsApp, han sustituìdo a los periódicos como fuente de información. Eso ha permitido la difusión de falsas noticias que se han propagado rápidamente porque Brasil es uno de los países del mundo más enganchado a esta aplicación y por este medio han inoculado un odio visceral hacia Lula, incluso calificándolo como «demonio», quizás por la inspiración de los activistas evangélicos.
El resultado de la segunda vuelta es trascendental no solo para los brasileños, sino para el resto de Latinoamérica y del mundo. La gestión de Bolsonaro ha puesto en riesgo el futuro de la Amazonia, considerado el pulmón del planeta y decisivo para el mantenimiento del clima. Desde 2019 dio paso a la industria agropecuaria y a la minería ilegal. En los primeros 8 meses de su gobierno se registraron 87.000 incendios en la Amazonia –la mayoría intencionales– en los que ardieron miles de hectáreas de bosque. La deforestación de la región aumentó un 30% durante su gobierno. Cientos de comunidades indígenas han sido desplazadas de sus tierras arrasadas y contaminadas, poniendo en riesgo a uno de los mayores sumideros de carbono del planeta.
Ese es el panorama previo a la segunda vuelta electoral en Brasil. El profesor Boaventura de Sousa Santos, conocido sociólogo y ensayista portugués, ha expresado que «la superviviencia de la democracia está en peligro con las declaraciones y movilizaciones del presidente Bolsonaro y sus seguidores, en un contexto altamente contaminado con falsas noticias, discursos de odio y seguidores religiosos». Destaca que sus actitudes y declaraciones son similares a las utilizadas por Trump en EE.UU., desconociendo normas y reglas cuando no le convienen.
Por su parte, 60 obispos católicos brasileños emitieron un comunicado donde expresan que los comicios «nos enfrentan a un dramático desafío». Y categóricamente, añaden: «No hay lugar para la neutralidad cuando se trata de decidir sobre dos proyectos de país, uno democrático y otro autoritario; uno comprometido con la defensa de la vida, a partir de los empobrecidos, otro comprometido como una ‘economía que mata’ (citando palabras del papa Francisco); uno que cuida de la educación, la salud, el trabajo, la alimentación, la cultura, otro que menosprecia las políticas públicas, porque desprecia a los pobres». Y también los obispos señalan que los discursos y las medidas que promueven que las personas se armen y a la eliminación de los opositores «están en contradicción con el quinto mandamiento, que dice «no matarás», así como con la Doctrina Social de la Iglesia que propone el desarme y sostiene que «el enorme aumento de las armas representa una amenaza grave para la estabilidad y a paz».
Este es el marco en el cual el pueblo brasileño, más de 156 millones de electores, deberán definir quién gobernará su país en los próximos cuatro años. Y aunque estemos a miles de kilómetros de ese gran país latinoamericano, esos resultados nos deben importar. Tarde o temprano, de una forma u otra repercutirán también en nuestras vidas.