En Francia hay un nombre sagrado y este es Simone. Por Simone de Beauvoir, por Simone Signoret y por Simone Veil. Cada una de ellas merece una enciclopedia. Comparten el nombre y comparten la honestidad, diría que también comparten una estética propia que las hace únicas. Recuerdo un episodio en la televisión francesa cuando el presentador le pide a Simone Veil que se deje suelto el cabello (que ella siempre llevaba recogido en un moño) y ante el estupor del periodista, una mata de pelo hermosa y potente se desparrama delante de las cámaras a modo de Venus de Botticelli. Las tres Simones eran la encarnación de lo sexy: inteligentes, fumadoras, ojos penetrantes, voces roncas. Es imposible superarlo. Luego París acabó por darles ese toque infalible que solo consigue esa ciudad. A las mujeres, París les otorga una aura única. Lo sabemos en cuanto la pisamos, es territorio mágico. Recuerdo a una amiga embarazada encendiendo cirios en la iglesia de Saint Germain de Près delante del famoso café Les Deux Magots. Cada cirio nos costaba un riñón, porque París será maravillosa, pero es jodidamente cara. «¿Por qué tanto cirio?», le pregunto al sacar la visa por enésima vez. «Tiene que ser niña», me responde. «Hija, hazte una ecografía». «Me tengo que asegurar», insiste. «¿Por qué?». «Para que se pueda llamar Simone. Como ellas, por ellas».
Simone
16 diciembre 2024 20:45 |
Actualizado a 17 diciembre 2024 07:00
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