Langosta

05 noviembre 2024 21:00 | Actualizado a 06 noviembre 2024 07:00
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La primera vez que fui a Washington me comí una langosta. En el canal de Gerogetown, en una terraza, bajo un sol brillante. Una langosta con salsa de mantequilla. En mi vida había comido langosta. No se vayan a creer que en mi casa somos mucho de galeras. La primera vez que fui a Washington fui a la Casa Blanca y me sorprendió lo pequeña que era. Trabajaba entonces para la Comisión Europea y la ocasión era una cumbre EU-US con el presidente George W. Bush, Jose María Aznar, Javier Solana y Romano Prodi. Me sorprendió una sala de prensa exigua, con las localizaciones de las cámaras de televisión escritas en un papel y celofán, cables por todos lados, confusión y una jefa de sala cascarrabias con más años que Matusalén. La casita de la avenida de Pensilvania no cuadra con el poder de su inquilino. Eso son más la caravana de coches que acompaña a los presidentes, los hombres de negro, las armas que asoman bajo las chaquetas... Una fuerza descomunal. Es la persona más poderosa de la tierra que hasta nueva fecha significa ser la persona más poderosa del universo. Como en una película de La Guerra de las Galaxias, es el dueño de la Estrella de la Muerte. Recuerdo esa langosta porque la proximidad al poder real siempre me ha producido una especie de ataque de ensueño, como vivir una película dentro de una cápsula. Creo que no he vuelto a probar otra. Langosta.

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