Fumar en el pasado

03 julio 2024 19:20 | Actualizado a 04 julio 2024 07:00
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He fumado en los restaurantes. He fumado en los trenes y en los aviones (en un vuelo a Moscú con Lufthansa en los asientos traseros). Tengo una edad que permite afirmar que la felicidad es un plato de sandía con copos de parmesano y un poco de jamón (pata negra a ser posible), o un poco de queso con galletas, o una tostada de miel con sobrasada de mi amigo Pep de Ses Salines en Mallorca. La felicidad también es un atardecer en su piscina con Cabrera de fondo en los últimos días del verano, cuando ya la luz anuncia el otoño. Lo dulce y lo salado, la alegría y la tristeza en un mismo plato. En un mismo momento. He viajado en coches sin cinturón de seguridad y asientos de skay, ventanas cerradas y mi abuelo fumando farias encadenadas. No me he lavado las manos antes de comer en siglos, ni antes de cenar ni antes de nada. La pandemia fue un auténtico suplicio de lavamanos. Pero la felicidad eran esos viajes a lugares no excesivamente lejanos, con la maleta llena de bocadillos y mis primas y yo gritando por las ventanas. No sé qué gritábamos. La felicidad eran las manos sucias de tanto jugar. He fumado en los hoteles, en las casas, en los bares. Fumar no da la felicidad, pero se pueden añorar las volutas de humo.

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