Guerras

08 junio 2024 22:11 | Actualizado a 09 junio 2024 07:00
Natàlia Rodríguez
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Las palabras más sensatas, interesantes, serenas y firmes que he escuchado en los últimos meses sobre las guerras se las he oído a mis amigas. No son palabras exactamente, son silencios (que también cuentan) y son interrogantes. Ninguno de nosotros tiene la mínima posibilidad de aportar una solución a un conflicto. No serán las reconstrucciones de los mejores analistas, los reportajes de los más valientes y experimentados enviados, no serán los editorialistas. Claro que sería mejor la paz, qué obviedad. Claro que exterminar pueblos nunca es una solución, ni lo es señalar «quién empezó», como hacen los niños. Porque si bien está claro quién comenzó esta vez, siempre hay una vez anterior, y otra aún más remota que evocar, en el inútil ejercicio de tomar partido y ponerse, desde casa y en la mesa de café, una casaca o un casco. Lo único que se puede hacer es estudiar, entender, leer, acceder al mayor número posible de herramientas de conocimiento. Es el único remedio para no deshumanizar al otro, para no considerarlo enemigo y sino persona. Ucrania, Palestina, Israel o el hombre que ayer circulaba por Tarragona cuchillo en mano forman parte del mismo fenómeno. Se le llama miedo, y es la antesala de la tragedia.

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