Francia II

23 octubre 2024 07:22 | Actualizado a 23 octubre 2024 07:22
Natàlia Rodríguez
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La pequeña tiene cuatro años y medio y, tras un día entero recordándole que debe pedir las cosas s’il te plaît o s’il vous plaît en función de todo un sistema de matices intrínsecos al nivel de conocimiento de la persona a la que le pida agua, una galleta, pan o que le ayuden a ponerse las botas, me mira algo desesperada y me pregunta «por qué? Si ya los conozco». Ella sabe que es francesa, porque conoce su dirección y que ha nacido en París, pero no es consciente de las consecuencias que eso tiene. En Francia toda cercanía implica una formalidad. La desenvoltura o la frescura no forman parte del código francés porque despista, perturba. Las formas, en cambio, permiten establecer unos límites que nadie en su sano juicio traspasa libremente. No se entra en un negocio sin desear buenos días hasta al paragüero. No se tutea a nadie a no ser que hayas cruzado un río lleno de cocodrilos juntos y aún así el tuteo no es inmediato. La rudeza se evita con las formas. Es una matraca de mercis por aquí, je m’excuse por allá, je me permet de vous indiquer... El lenguaje es lento porque requiere que antes de llegar al sujeto le hayas dado tres vueltas al ruedo de la formalidad. Algunos pensarán qué menuda pérdida de tiempo, pero personalmente me parece un alivio.

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