Si usted es de los que, como yo, se ha sorprendido alguna vez a sí mismo hablándole a un bebé con un tono de voz un tanto ñoño y a un ritmo que no es el que utiliza de forma habitual para comunicarse con otras personas adultas, no se preocupe, no sufre ninguna anomalía preocupante.
Y si la sufre, se puede consolar con la certeza de que, al menos, no padece nada que no le suceda a las personas de otras veinte culturas diferentes, tanto urbanas como rurales.
O sea, a prácticamente todo el mundo. Así lo confirma un estudio que ha analizado por qué los adultos tienden a modificar la voz cuando cantan o hablan a un bebé, lo que se conoce como «habla infantil». Los autores del experimento, tras analizar las voces de 51.065 personas de 187 países que hablaban una gran variedad de idiomas, descubrieron que las frases dirigidas a bebés tenían el timbre más puro, las canciones eran más suaves y el habla tenía un tono mayor, más animado y alegre.
O sea, que no está solo en esta manía, le acompaña más de medio mundo. Y si no se conforma con aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos», sepa que, pese a lo ridículo que pueda parecer, se ha demostrado que esta forma de hablar, más lenta y cantarina, ejerce su función.
De hecho, tiene un efecto tranquilizador sobre los niños y asegura el estudio que estos prefieren escuchar este «lenguaje» dirigido específicamente a ellos antes que el que usan los adultos entre sí –ya no les digo nada si lo que escuchan es un debate en el Congreso de los Diputados; sí, a mí también me hacen llorar y me ponen de mal humor–. Ya lo ven, a veces las cosas que hacemos sin pensar, esas que nos salen solas de dentro, tienen no solo su explicación, sino también su utilidad.
