Me mira, me observa. No pide nada, tan solo que le escuche. Me explica los problemas que tiene que afrontar en su vida diaria. Trabajador autónomo, tiene que compatibilizar su trabajo con los cuidados que requiere uno de sus hijos, con un trastorno de comportamiento grave que requiere una dedicación absoluta.
Ahora quien lo observa con atención soy yo. Observo el brillo de sus ojos cuando me explica que su hijo ha sonreído al ver una foto de unos familiares en una terapia. «¡Hemos avanzado mucho!», enfatiza. Una pequeña victoria en una batalla permanente y constante. Pienso que este hombre y su mujer son unos héroes, héroes anónimos como hay tantos y tantas que se dejan la piel cada día para lograr que sus hijos vivan mejor. Con la dignidad que merece cada ser humano, con el cariño y el amor con el que todos y todas tratamos a nuestros propios hijos e hijas.
Luego me dice algo que me duele. «No he encontrado apoyo en el ayuntamiento de la ciudad». Ni me habla de dinero, ni de prestaciones. Me dice que se ha sentido «desplazado constantemente» –de aquí para allá– cuando ha ido a explicar las dificultades que tiene que afrontar. Tan es así que cuando se despide me da las gracias por «haberle escuchado con tanta atención». Estoy anonadado e irritado al mismo tiempo. Me parece increíble que este tarraconense–¿cuántos hay como él?– se sienta tan despreciado por aquellos que tienen la responsabilidad política de dar soluciones a la realidad que vive día a día.
A continuación, como diputado al Parlament, tengo que asistir a un debate en un medio de comunicación donde el tema que monopoliza todo el tiempo es el vodevil lamentable (por decirlo suavemente) que ERC y Junts protagonizan en el des-govern de la Generalitat. Viene a ser algo así: no nos soportamos pero seguimos juntos, ahora sí pero no, ahora no pero sí, ahora te lanzo un ultimátum, ahora te acuso de deslealtad y de traición, ahora ya-no-sabemos-ni-dónde-estamos, y así ad nauseam. El contraste brutal con lo que había escuchado a primera hora hace que casi no intervenga en el debate. Pienso que mientras aquellos que están donde están porque tienen la obligación de resolver los problemas de la gente (y recuerdo que el presupuesto de la Generalitat se acerca a los 40.000 millones de euros) se dedican a tirarse los platos por la cabeza, una familia está desamparada luchando contra una realidad difícil sin la ayuda que merecen por parte de gente que cree estar en política solo para dedicarse a mirarse el ombligo y hablar de ellos mismos. Es indignante y muy penoso, la verdad.
Reconozco que un gobierno municipal cohesionado es importante, afirmo que necesitamos un proyecto de ciudad solvente y coherente, defiendo un plan de seguridad concreto, que es necesario apostar con más ímpetu por el turismo de calidad, desarrollar todavía más el comercio local, etc. Sí, sí, todo esto es importante y esencial. Pero al mismo tiempo todo empequeñece y pierde el sentido si no somos capaces de mirar a la cara de estos padres y darles una ayuda real y concreta a la situación, real y concreta, que tienen que afrontar cada día. Es lo que creo y lo que me recordaré cada día si obtengo vuestra confianza para ser elegido como alcalde de Tarragona. Y añado, si siendo alcalde puedo ejercer la integridad moral que este tarraconense demuestra cada día me diré a mí mismo que ha merecido la pena. Porque todavía lo veo explicándome con pasión las mejoras en la evolución de su hijo. Son estas las experiencias que se te quedan grabadas en el alma, las que te enriquecen como persona. Este padre y su mujer se merecen un monumento. Quiero decirles públicamente que tienen la admiración de aquel a quien quisieron parar por la calle para pedirle ayuda. Sois un ejemplo moral para todos. Vuestro coraje es para mí una fuente de inspiración.
Y una cosa más... a los que siendo responsables políticos «se han sacado» a este padre y esta madre de encima derivándolo hacía no-se-dónde para que no les molesten no tengo nada que decirles. Nada de nada. Nada. Es lo que se merecen.