Los casos del rey emérito y del expresident de la Generalitat se parecen. Ambos «abdicaron» en 2014. En junio, el rey emérito. El mes siguiente, Jordi Pujol, confesando por escrito que tenía una fortuna oculta en Andorra.
Tanto uno como otro son personajes carismáticos que han tenido un papel capital en la historia política de las últimas cuatro décadas en este país.
Un carisma y una relevancia que generaron a su alrededor un muro que hacía muy difícil la crítica.
Tanto que cuando Pasqual Maragall habló del 3% en el Parlament, hace quince años, durante un pleno tenso en el que la corrupción no estaba en el orden del día y en el que lo se debatía fue el hundimiento de una parte del barrio del Carmel, tuvo que retractarse de forma inmediata para no dinamitar la reforma del Estatut.
Como explica el periodista y colaborador del Diari, Josep Carles Rius, en su libro Periodismo en reconstrucción, la lógica era que la democracia era frágil y se tenía que apoyar. En Catalunya se añadía que la autonomía era frágil y también se debía apoyar.
Nadie duda de esa fragilidad pero es un error pensar que por ello nadie ni nada es objeto de crítica. Como en otros ámbitos de la vida, el fin nunca debe justificar los medios.