La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) señala que el 12 % de los jóvenes españoles de entre 18 y 24 años cree que en algunas circunstancias un gobierno autoritario es preferible a un sistema democrático.¿Están los jóvenes dando la espalda a la democracia? ¿En qué se traduce esto? ¿Nos deberíamos preocupar? Si es el caso, ¿por qué ocurre esto? Como hace ya unos años que se han detectado estos síntomas, existe un cierto volumen de investigación académica sobre la cuestión. Uno de los primeros síntomas que se detectaron fue fundamentalmente una caída en la participación electoral de los jóvenes. No estaba claro si se trataba de una apatía cada vez mayor o, directamente, de una antipatía incipiente hacia la democracia como sistema. Parece ser que el tiempo tiende a dar la razón a los pesimistas: la apatía inicial está dando paso a una creciente atracción por alternativas no democráticas.
¿Por qué ocurre esto? A priori, deberíamos esperar que la generación con el mayor nivel educativo de la historia fuese también la más democrática. No en vano se ha dicho y repetido a menudo que la educación genera demócratas. Pero hoy hay signos inquietantes de crisis, desconsolidación y retroceso democrático en muchos países: Hungría, Israel, Polonia, India o Estados Unidos. Y los jóvenes parecen estar a la cabeza de esta tendencia. Un elemento clave que nos puede ayudar a interpretar estos datos son las diferencias de género: se trata de una tendencia mucho más acusada entre hombres jóvenes que entre las mujeres. El pesimismo sobre sus posibilidades futuras de progreso social, la creciente brecha en el fracaso y abandono escolar, la influencia de las redes sociales y el éxito de actores políticos como Donald Trump. En definitiva, aunque deberíamos valorarlo todo en su contexto y no proyectar un nuevo estereotipo sobre los jóvenes, sí hay algunas tendencias importantes que deberían poner a las democracias en alerta. Porque la democracia necesita demócratas, y a veces puede bastar con un porcentaje modesto de antidemócratas o de ciudadanos poco comprometidos con los principios democráticos para ponerla en riesgo. Los revolucionarios lo saben, las minorías arrastran a las mayorías. Siempre ha sido ha así.