Belenes

28 diciembre 2022 19:50 | Actualizado a 29 diciembre 2022 07:00
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En mi casa, más por pereza que por ateísmo, este año no hemos montado el belén. Como no somos modernos y hace frío por las noches, tampoco hemos celebrado el solsticio de invierno bailando en pelotas alrededor de un menhir. Están siendo unas navidades muy despojadas de folclore, salvo por el cordero asado del 24 de diciembre y el álmax del 25.

De mis años infantiles recuerdo con especial cariño el insólito nacimiento que preparaba mi abuela sobre la mesita del vestíbulo, con piezas aleatorias y de procedencias dispares. Era aquel un belén de posguerra, cuyas figuritas no se tiraban a la papelera salvo que hubieran perdido las dos piernas, medio abdomen y un brazo.

Están siendo unas navidades muy despojadas de folclore, salvo por el cordero asado del 24 de diciembre y el álmax del 25

El San José le sacaba varias cabezas a la Virgen, que era diminuta, mucho más pequeña que su hijo recién nacido, y los tres Reyes Magos llegaban en unos caballos monstruosos, cuyo tamaño superaba en varios centímetros al de las casas más altas del poblado. Mi favorito era Melchor, quizá porque ya había perdido la cabeza y en su lugar solo despuntaba un hilo de alambre. Había algo admirable en su obstinada voluntad de seguir cabalgando hacia el portal pese a haber sido salvajemente decapitado.

Aquel belén sin perspectiva ni orden racional hubiera espantado a Piero della Francesca y a sus colegas del Renacimiento, pero a mí me resultaba fascinante en su revoltijo. Por eso no puedo sino agradecer a los miembros del Consejo General del Poder Judicial su empeño en reproducir a tamaño natural las escenas de aquel añorado belén de mi abuela, con tantos magistrados y catedráticos convertidos por los partidos políticos en decorativas figurillas con cabecitas de alambre.

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