En ese caso, Ali no es un boxeador sino el cocinero de un restaurante bistrot en Reus. Nacido en Tangail, uno de los mayores distritos de Bangladesh, Ali cruzó media tierra para llegar hasta lo que acabó siendo su nuevo hogar, la misma ciudad en la que yo nací. La suerte de nacer en un país u otro nos marca para siempre; esta afirmación es una obviedad. El lugar de salida impulsa o restringe y en ese repartimiento ecuménico no todos tienen la misma suerte, y de hecho, muchos no llegan a contarlo.
Esto viene a razón de que desde hace unas semanas ya no podemos saborear los platos preparados por Ali. Su petición de asilo está en el aire, y con ella, el canard con puré de patata y queso Cantal con una pizca de topinambur, o la irreverente tartiflette, una bomba de queso tan intensa como sabrosa. ¡Y cómo olvidar la tarta tatin con caramelo de la Bretaña con helado vainilla!
A pesar de hablar en castellano mejor que muchos tertulianos, de tener un contrato de trabajo y un alquiler reglado, Ali se ha visto forzado a suspender de nuevo su vida. Sin una renovación de su permiso de trabajo no puede continuar trabajando comme il faut, legalmente, y sin el peligro de que estando entre fogones lo detengan y se vea sometido a una posible deportación.
No se puede suspender el recorrido vital de alguien así como asíNo se puede suspender el recorrido vital de alguien así como así, por las bravas, en nombre de tal o cual reglamento. Es una majadería cruel y sin sentido.
La propuesta que esbozo pasa por entender la dignidad de Ali -y la de todo el mundo- como algo constitutivo del ser humano, y no sólo como algo sujeto al marcaje de las leyes nacionales e internacionales. De nada sirven los convenios si no garantizan los derechos - y por ende - el reconocimiento de la dignidad de los solicitantes de asilo.
Si uno quiere no es difícil entenderlo: si el reconocimiento es esa palabra que subraya el amor y la gratitud hacia el otro; ¿quién reconocerá la dignidad de éstos recién llegados? ¿Cómo van a ser capaces de hilar su doble o triple pertenencia en este nuevo contexto si el Estado funde un muro frente a ellos? Por no hablar de su salud emocional, cuyo cuidado se encuentra secuestrado por un papeleo que, de tan infinito, parece un parto congelado en el tiempo. No hay vida, solo espera.
Frente a las denegaciones masivas de asilo, poco o nada ha planteado el consistorio de Reus para facilitar una gestión digna de la problemática en materia de asilo. Y no hay excusas que valgan para tanta indiferencia.
Si nuestro destino también es el pasado no escogido, es decir, la casilla de salida cuya realidad nunca decidimos, ¿para qué seguir imputando a las personas migrantes con ese señalamiento tan ruin y despótico? Tal vez no tengamos suficientes juicios abiertos en nuestra consciencia.