Existe todavía la creencia acientífica de que razón y emoción son dos cosas distintas. Que hay personas ‘racionales’ que no se dejan influir por las emociones y personas ‘emocionales’ que apenas razonan sus decisiones. Craso error.
Incluso hay personas que acusan a otras de «dejarse llevar por sus emociones», por ejemplo, en el terreno político. Frases como «hay que pensar con la cabeza y no abandonarse a las emociones» se pueden escuchar todavía a menudo. Parece como si la emoción fuera una cosa de segundo grado, menos evolucionada que la razón o las razones.
De hecho, hasta hace bien poco la Psicología casi no tenía en cuenta el factor emocional. Las escuelas conductistas o cognitivistas consideraban las emociones como algo secundario, casi impropio de seres humanos evolucionados. Pero en las últimas décadas del siglo pasado los avances neurocientíficos contribuyeron a poner a las emociones en el lugar que les corresponde. La publicación del libro Inteligencia Emocional de Daniel Goleman también contribuyó a popularizar la importancia de todo lo emocional.
Las emociones no son un obstáculo para la elección racional. Esta visión del tema ha sido revisada, proponiéndose alternativamente que las emociones no sólo no interfieren en la toma racional de decisiones sino que la favorecen.
¿Alguien imagina a una persona tan racional y tan lógica que fuera capaz de tomar decisiones de una forma tan ajena a su natural manera de ser? Los humanos somos emocionales, para lo bueno y para lo malo. El cerebro actúa como una unidad, y el hecho de que haya circuitos que gestionen de forma más especializada las emociones no implica que, al final, éstas no sean también procesadas y reinterpretadas con los circuitos más cognitivos.
En las empresas ‘serias’, se supone que las emociones deben dejarse de lado. Otro error de considerables dimensiones. No hay liderazgo sin emociones. No hay innovación sin pasión. No hay trabajo en equipo sin conexiones emocionales. De hecho, son las organizaciones que más tienen en cuenta los aspectos emocionales las que llegan, normalmente, más lejos. Cuando las empresas se olvidan de su corazón cometen un error que, tarde o temprano, lamentarán.
Sentir emociones es estupendo. Cuando lo hacemos, vivimos intensamente y somos profundamente humanos. Para asegurar que esas emociones no vayan por libre, debemos procurar que dialoguen con los datos y la experimentación. Las mejores empresas saben que una idea emocional puede tener mucha fuerza pero, después de tenerla, debe ser sometida a una serie de comprobaciones sistemáticas que aseguren su viabilidad.
Renunciar a las emociones es renunciar a nuestra esencia.
Franc Ponti es profesor de innovación en EADA Business School