«El pastel estaba buenísimo, fue todo muy bien», dice Manuela Gaibar, y con sonrisa pícara confiesa que esta semana, para celebrar sus 104 años, también bebió cava, al tiempo en que hablaba con su hija por videoconferencia y los cuidadores, ataviados con EPI, le traían la tarta. La escena, tan arquetípica de la pandemia, y a la vez festiva y entrañable, resume el sentir actual de toda residencia: continúan las medidas estrictas de seguridad y las visitas restringidas, pero el ánimo es otro, de esperanza, de prudente alivio. La vacuna ya obra estos pequeños grandes milagros.
Manuela, residente desde 2019 en L’Onada La Ràpita, recibió la primera dosis de Pfizer-BioNTech el 8 de enero. 11 días después se desató un brote en el geriátrico. Ella había dado negativo en un test pero después tuvo algo de sintomatología. «Ha pasado la enfermedad muy suave, algún día de febrícula, de malestar y algo de descomposición, pero nada más. Y tampoco sabemos si es por culpa de la enfermedad o directamente por la edad», cuenta Penny Subirats, la directora del centro.
Luego dio positivo en Covid-19 pero desde ese instante hasta el alta definitiva solo pasaron diez días, lo que fue una recuperación exprés, casi insólita para un perfil de riesgo, por la edad, como el suyo. «No me encontré mal, lo pasé tranquila, sin darme cuenta, ha ido todo bien», reconoce ella, la más longeva en esta residencia ebrense que es una clara muestra de que la inmunización, incluso con una dosis, funciona. «El caso de Manuela es concreto y no sabemos hasta qué punto ha tenido que ver la vacuna, pero si miras en general ves que la diferencia es clara. Hemos tenido un brote de 21 personas positivas y solo una defunción. Una defunción que no tocaba ya es mucho, ya es algo que lamentamos, pero sin la vacuna, la proporción habitual habría sido de 11 o 12», cuenta Subirats.
A los diez días, la residente ebrense se recuperó y pudo inyectarse la segunda dosis, para lograr una cobertura completa frente al coronavirus. La proeza ha merecido, además, una celebración a la altura, porque Manuela ha cumplido 104 años. «Fue todo muy bien, aquí estoy muy bien cuidada, me han tratado siempre bien, me dan de comer, me llevan al médico si estoy enferma», explica ella. Los trabajadores le sorprendieron con coca, pastel y cava que había traído su hija y le cantaron el ‘cumpleaños feliz’. Luego se conectó por vídeo para hablar con ella. «¿Qué hija es?», preguntaba ella. «Carme, la mayor», le respondían. «¡Claro que es mayor, si tiene más de 80!», respondía Manuela, que se bebió el cava de un tirón, porque le gusta mucho, y demostró su espíritu alegre y entusiasta, dispuesto a exprimir cualquier festejo a la mínima excusa. «Ella es muy cariñosa y agradecida. Es una señora divertida y, como la gente que vive tantos años, es fuerte», la define la directora del geriátrico.
Eso sí, no todo fue gozo para ‘Mami’, como así la llaman buena parte de su extensa familia. «Tengo muchas ganas de verles a todos, de ir a casa de mi hija, de ver a todos mis nietos, que tengo 11. ¡En mi familia, además, hay cinco médicos! Quiero celebrarlo pronto con todos ellos», reconoce.
La falta de contacto familiar
Sin salir a la calle desde el pasado marzo, como todos los usuarios de las residencias, ha llevado bien la pandemia, con entereza y tranquilidad. «Ha estado al tanto de las noticias que llegaban, entiende lo que sucede pero no le ha causado malestar ni nervios. Eso sí, ha notado mucho la falta del contacto familiar. Habla mucho con las hijas y les pregunta que cuándo vendrán. Espera mucho el reencuentro, pero no ha estado agobiada ni angustiada», narra Subirats. Las conexiones por videollamada y las reuniones siempre a distancia, con una mesa de por medio y al aire libre, han marcado la cotidianeidad de los mayores en los últimos meses. El anhelo de Manuela por darse un abrazo con sus nietos es, en realidad, el de todos los residentes y trabajadores. «Tenemos muchas ganas de que esto acabe. Ellos han estado muy cerrados, y la presión es alta después de tantos meses», explica Subirats.
L’Onada La Ràpita había conseguido escapar de brotes durante 11 meses, hasta que uno les ha cogido en mitad del proceso de vacunación. «Da un poco de rabia, porque estábamos limpios hasta ahora», agrega Subirats.
A su vez, el centro rapitense es el feliz ejemplo de que los brotes son menos virulentos con la vacuna. Los contagios en residencias de la provincia han descendido a la mitad con el antígeno y cualquier voz del sector admite que «ya no nos morimos como antes». No hay una constatación científica ni directa, pero todos intuyen que la vacuna está salvando vidas, entre ellas la de Manuela, que ha podido soplar las velas de sus 104 primaveras.