Milagro en Urritxe (Amorebieta 0-1 Nàstic)

El Nàstic consigue la primera victoria gracias a un gol de penalti en el descuento de Joan Oriol. Desde marzo de 2023 sin una pena máxima a favor

06 septiembre 2024 19:57 | Actualizado a 08 septiembre 2024 17:50
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El fútbol fue cruel con el Nàstic ante el Málaga. Un verano después, el fútbol fue caprichoso con los granas. Les regaló una victoria agónica, la primera de la temporada, gracias a un penalti en el descuento que provocó y marcó Joan Oriol. Ese que luce el brazalete y que gritó a los cuatro vientos que el Nàstic vuelve a caminar porque todo pasa.

Amorebieta es un pequeño pueblito de unos 19.000 habitantes situado a 25 minutos en coche de Bilbao. Llegar hasta allí implica un sin fin de vueltas y rotondas, pero finalmente se halla el Municipal de Urritxe. Es una curiosa metáfora de lo que ya tenía interiorizado el Nàstic qué tendría que hacer para salir de allí con una victoria en el botín. Si ese equipo ha pisado el fútbol profesional hasta en dos temporadas en el último lustro no es una casualidad. Cuando una localidad con menos habitantes que Torreforta se coloca en el mapa de esa manera no hay secretos. Ingenio, trabajo y confianza en lo que se hace. Un buen ejemplo de una categoría que vive en el vértigo de la obligación y que en demasiadas ocasiones se deja llevar por los impulsos irracionales.

Jugar en Primera RFEF provoca que el Amorebieta vuelva a su estado más puro, ya que en Segunda División no se le permite. Urritxe es un campo familiar por fuera y estrecho en sus dimensiones. Allí todo el mundo se conoce. Allí Julen Guerrero pretende crear un equipo con una identidad marcada.

Dani Vidal repitió once (4-4-2) y esquema ante Sestao y Ourense. Existía la posibilidad de que repitiese otra vez en la primera salida de la temporada, pero no fue así. Ni el campo ni la propuesta rival invitaban a ello. En un campo estrecho y contra un rival que quería la pelota, el plan de partido pasaba por poblar el centro del campo. Reforzarlo en la ocupación de espacios por el centro tanto para cuando el equipo tuviera la pelota, como para cuando no.

Por eso, el técnico grana moldeó a su Nàstic en un 4-2-3-1 de salida con Ander Gorostidi de trequartista y Pablo Fernández como única referencia. A Antoñín le tocaba aguardar en el banquillo porque Marc Montalvo era el elegido para acompañar a Óscar Sanz en la medular. El resto, los mismos.

Los primeros minutos de partido ofrecieron lo que ambos equipos buscaban desde un comienzo. Un reparto de roles evidente con el Amorebieta queriendo la pelota y atrayendo al Nàstic a una presión a la que los granas acudían con orden y firmeza. Dos equipos diseñados por y para eso que en esa tesitura entendían que estaban jugando sus cartas ganadoras. Sin embargo, era el conjunto local el que más sensación de comodidad desprendía porque poco a poco consiguió hundir al Nàstic. La buena noticia es que los granas defendieron con uñas y dientes varios centros laterales peligrosos de los vascos. Una de claves del equipo tarraconense la pasada temporada fue precisamente esa, transmitir la sensación de que se disfrutaba defendiendo.

Con el paso de los minutos, el Nàstic comenzó a sacar pecho. Lo hizo mediante posesiones largas en las que no había amenaza, pero sí sosiego. El conjunto grana generó un par de disparos de Pablo Fernández que no encontraron portería. Nada más. En ataque faltó generar mucho más. El asturiano echaba en falta a Antoñín porque Ander Gorostidi no estaba interpretando ese papel de enganche que se le demandaba. El vasco es más peligroso cuando llega que cuando está y siendo segunda punta está mucho más que llega.

En esos minutos finales de dudas de la primera mitad en la que ambos equipos transmitían la sensación de no tener el partido para nada bajo control, Alberto Varo sujetó al Nàstic con una buena parada a un disparo de Hervías desde la frontal. No pasó nada más. Hasta el descanso.

Algo no debió ver de su equipo Dani Vidal para que tomase una decisión tan radical. Sacó a un central para meter a un delantero. Antoñín entró en lugar de Leal, devolviendo a Gorostidi a la sala de máquinas, retrasando a Sanz al centro de la zaga y dibujando sobre el terreno de juego el más reconocible 4-4-2.

La segunda mitad evidenció en los primeros compases que la presión tarraconense era más enérgica. Quería meterle una marcha más a un encuentro que en algunos tramos de la primera mitad desprendió un aroma a excesiva calma. No obstante, el Amorebieta salió también con las ideas más frescas. Intentando volver a reactivarse con balón. Buscando dejar de largo ese letargo ofensivo en el que había terminado la primera parte de la obra.

En una bonito córner ensayado tuvo Joan Oriol el primero del Nàstic. El cambrilense empaló de primeras en la frontal con un zurdazo sútil, buscando el ángulo. No lo encontró, pero aquello fue un aviso serio de esos que dan fuerza al cambio de rumbo.

Pero aquella ocasión no tuvo continuidad. El partido se volvió a sumergir en un quiero y no puedo constante de ambos equipos. Cada uno con sus armas, pero sin saber hacer daño con ellas.

Dani Vidal buscó darle otros registros al equipo, aunque sin cambiar el esquema. Metió el pie de Álex López, el olfato de Marc Fernández y la novedad de Álex Jiménez, pero sin éxito en la propuesta.

Él que sí que apareció de nuevo fue Varo para repeler una falta directa de Julen Jon, el hijo de Guerrero, que había entrado en la segunda mitad. Fue antes de la recta final en la que ambos equipos llegaban con la primera victoria de la temporada a tiro, pero con el miedo a perder también presente.

Cuando ya parecía que todo acababa, el Nàstic encontró una transición de la nada. Marc Fernández filtró a Joan Oriol en vuelo y el cambrilense fue derribado dentro del área. El árbitro señaló penalti. Desde el 2023 que a los granas no le pitaban un pena máxima a favor. El capitán lo tiró y marcó. Celebró, dejando atrás los traumas del pasado y ayudando al Nàstic a volver a sonreír.

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