«El tiempo entra en el estudio y se transforma. Empezamos con un gesto, que se incluye en una animación, más otra foto, otra y otra. Podemos pensar que 1.500 fotogramas representan un minuto. Es una transformación de algo intangible a tangible. Básicamente hablamos de jugar con el tiempo». William Kentridge (Johannesburgo, 1955) hace referencia de esta forma a su trabajo creativo que, justamente, es el hilo conductor de la exposición William Kentridge. Fundació Sorigué, en Lleida, que muestra por primera vez todas las obras del artista que atesora la fundación en su colección, además de dibujos y películas cedidas y otras llegadas directamente de su estudio. Unas paredes que encierran un espacio «físico y a la vez metafórico» donde se engloba toda la historia del mundo, así como los traumas personales. «No lo puedo ignorar». En esa historia del mundo, sobresale la preocupación por la represión y la injusticia, cristalizada en su trayectoria, siendo considerado una figura clave en la recuperación de la memoria histórica y custodio del antiapartheid en su país, un blanco privilegiado testigo de la violencia. De padre judío, su familia se volcó en defender los derechos de los sudafricanos negros, con Mandela como uno de sus clientes, así como la familia de Steve Biko tras su desaparición.
Kentridge es internacionalmente reconocido por la manera en la que intersecciona diferentes lenguajes como el dibujo, la animación artesanal, el cine, la música, la danza o la escenografía. Sin embargo, nada está trazado de antemano. «Cuando inicio una obra, no sé qué significado va a tener y después es el público el que se lo dará, algo muy difícil de prever».
Recorrido vital
Al ritmo de la violenta Sudáfrica de aquellos años, Kentridge crece entre la ambigüedad y las contradicciones plasmadas en Middle Aged Love, la serie de dibujos de grandes dimensiones que inician el recorrido, en la Planta 0. Inspirado en el estilo del fotógrafo inglés Eadweard Muybridge, grabó y dibujó imágenes de Anne, su mujer, entrando en una bañera. Aunque también podrían estar abrazados o incluso luchando. En la siguiente sala se proyecta uno de los nueve episodios que conforman el último gran proyecto del sudafricano, Self-portrait as a Cofee Pot, presentado en la Bienal de Venecia de este año. Este en particular tiene como tema principal el autorretrato como forma de conocerse a sí mismo. El artista intenta dibujar su propia figura, mientras que su doble observa el resultado imperfecto desde lejos. El mismo espacio acoge Tummelplatz, un singular libro de dos volúmenes que contiene fotograbados estereoscópicos de Kentridge, en préstamo por la editorial Ivory Press.
El tiempo al que hacía alusión Kentridge al principio y el olvido centran la película Tide Table, un film de 35 mm que forma parte de Drawings for projection. Con música de Franco Luambo, narra recuerdos personales con tintes oníricos, como la imagen de su cuidadora negra vestida de blanco o la de su abuelo leyendo en la playa cerca de Cape Town. Deawings for projection es una serie de once películas y dibujos, iniciada en 1989 y producida a lo largo de más de treinta años. Protagonizada por el opresor Soho Eckstein, afrikáner blanco, y por el poeta Felix Teitlebaum. Asimismo, también interpela sobre las epidemias, como la del SIDA o la muerte prematura.
Siguiendo con el cuerpo humano, la anatomía de los siglos XVI y XVII, imágenes de ecografías, TAC y resonancias magnéticas conforman el préstamo de la Fundación MACBA, Ulysse: echo scan, slide, bottle. Pero el particular homenaje de Kentridge al pionero del cine, el francés Georges Méliès, supone el conjunto de piezas más extraordinario de la exposición: 7 Fragments for Georges Méliès, Journey to the Moon y Day for Night. En estas nueve proyecciones, el artista alude a la identidad y a la autorrepresentación. En los 7 Fragments for Georges Méliès, Kentridge dirige la cámara hacia sí mismo, para capturar momentos de investigación, duda y fervor creativo. Pero no únicamente. Los objetos del estudio en ocasiones cobran vida, como la escalera protagonista de Balancing Act. Y de una plaga de insectos nació Day for Night, película a partir de dibujos: hormigas que se dispersan y se vuelven a reunir, convirtiéndose en inesperadas colaboradoras de la obra.
Sumadas a estas joyas, en Planta, el complejo industrial del grupo Sorigué y la fundación en Balaguer, también se expondrá la obra cumbre en la producción del artista, More Sweetly Play the Dance, de forma permanente.
En conjunto, la presidenta de la Fundación Sorigué, Anna Vallés, explica que se trata del grupo de obras «más significativo», no sólo por la cantidad, sino también por su importancia.
El pasado soviético en las notas de la ‘Sinfonía núm. 10’ de Shostakóvich
‘Oh to believe in another world’, presentada el mes pasado, supuso el retorno de William Kentridge al Gran Teatre del Liceu de Barcelona. La película acompañaba a la ‘Sinfonía núm. 10 de Shostakóvich’ interpretada por la Orquestra Simfònica del Liceu bajo la batuta del maestro Josep Pons. La película de Kentridge fue un encargo de la Orquesta de Lausana y ya se ha visto en Johannesburgo, Viena y Hong Kong. El próximmo diciembre se representará en Nueva York y en Londres.
Tras su producción escénica de ‘La nariz’, de Shostakóvich para el Metropolitan de Nueva York, el compositor ha producido esta animación ambientada en un museo soviético aparentemente abandonado que está hecho de cartón. A través de personajes históricos como Marakovski, Trotsky y Stalin y de unos collages visuales, el autor reflexiona sobre el pasado soviético con diferentes capas de significado. «Hay cosas que no podemos olvidar», dice el artista visual. «La pieza alude al contexto político en el que Shostakóvich estaba escribiendo la ‘Sinfonía núm. 10’. Tras 70 años nos queda Shostakóvich: él es quien sobrevivió a todos ellos», manifiesta.