Homo sampler o el scroll infinito de rostros

Las redes sociales parecen haberse convertido en el espacio privilegiado para la exhibición del rostro en su triple condición de apariencia facial, máscara social y construcción desprovista de singularidad

25 septiembre 2021 17:31 | Actualizado a 26 septiembre 2021 21:54

Todavía ensombrecidos por la estela de una pandemia que ha velado, de manera masiva nuestros rostros detrás de mascarillas capaces de uniformizar la apariencia en la misma medida que los comportamientos de nuestros cuerpos han sido disciplinados en el espacio público, las redes sociales parecen haberse convertido en el espacio privilegiado para la exhibición del rostro en su triple condición de apariencia facial, máscara social y construcción desprovista de singularidades concebida para una audiencia lo más amplia posible.

A través de las páginas del extraordinario tratado antropológico sobre el rostro Faces, Hans Belting no sólo instruye una travesía por la historia de la representación facial en Occidente, sino que crea una verdadera historia de los modos de construcción del rostro, la máscara y la apariencia como modo de construcción político y cultural.

 

A partir de una aproximación plural, en el que la vía de las máscaras de Claude Lévi-Strauss coexiste con la reescritura de la historia del arte de Georges Didi-Huberman, la reflexología, la psicología o las neurociencias, Belting examina el lugar del rostro, que como señalaba Lévinas, siempre es algo para el otro, desde un mundo en el que el otro, la alteridad, ha sido extirpada.

¿Cómo pensar el rostro en un momento en el que la gran parte de la población aplica filtros sobre sus fotos de Instagram y los estudios de biometría demuestran que en las videoconferencias observamos más nuestro propio rostro que el de nuestros amigos, colegas o amantes?

La experiencia última de la muerte, en la que la suma de máscaras y experiencias deja al descubierto el punto final de todos los gestos, constituye el inicio de un viaje a través de máscaras mortuorias, bustos y figuras votivas que se remontan, al menos a la estatuilla de Ain Ghazal del 7000 aC que se conserva en el Musée del Louvre y, pasa por los retratos de Al Fayum, las investigaciones sobre el gesto de Darwin y Duchenne de Boulogne, la signaléctica policial de Bertillon o Galton, el cine de Bergman o las infinitas posibilidades de la fotografía digital.

Si Émile Durkheim se refirió al ser humano de la Edad Moderna como homo dúplex, un individuo en el que máscara y persona se combinan en una alianza que posibilita “el sí mismo como rol”, el principio de indescriptibilidad literaria del rostro humano -¡prueben a describir un rostro sin mostrar ninguna imagen!- apunta en la actualidad hacia otros lugares. El reconocimiento facial se ensambla sin solución de continuidad en nuestros smartphones y en sistemas policiales como el Dragonfly Eye chino, en los selfies que cedemos gustosos a cualquier empresa y en la biometría de Tik Tok, en un tránsito desde el homo dúplex a lo que escritor y ensayista Eloy Fernández Porta denominara el homo sampler.

“La facialidad se ha convertido en el branding de máscaras que ocupan el lugar de rostros”, señala Belting, mientras nuestros ojos recorren, sin detenerse, miles de rostros en el scroll infinito de nuestras apps.

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