Las cifras “4, 8, 15, 16, 23, 42”, la “escotilla”, el “humo negro”, la iniciativa “Dharma”... fueron algunos de los enigmas que hace 20 años se trataron de descifrar en foros de internet, páginas web o vídeos de youtube realizados por los fans de “Lost” (2004-2010). La serie –creada por J.J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber– se convirtió en un fenómeno que trascendió la cultura popular e inauguró una nueva forma de consumir series. Pasados veinte años de aquel primer episodio emitido por la cadena norteamericana ABC, podemos atribuir parte de su éxito al hecho de aunar una narración serial compleja, característica de lo que se ha llamado “la tercera edad dorada de la televisión”, junto con otros factores industriales, sociales y tecnológicos como el surgimiento de las redes sociales, la piratería y el intercambio de archivos por la red o el auge de un mercado de series en DVD.
Las plataformas de contenido que sobresaturan actualmente el mercado de series no estaban asentadas en el panorama mediático de principios del siglo XXI, de forma que gran parte de los que recorrimos el camino de “Lost” lo hicimos desde la ilegalidad, compartiendo capítulos con los amigos. En este “más allá” de la serie, las comunidades de fans, a nivel global y de forma simultánea, investigaban, teorizaban, fabulaban y creaban narrativas paralelas a las de la propia serie. Al mismo tiempo, los propios creadores apostaban por llenar de referencias y guiños metatextuales cada uno de los episodios, retroalimentando así el gran misterio que escondía la isla. Por este motivo, más allá de toda la tradición de las islas misteriosas en la ficción –desde Jules Verne, pasando por el Dr. Moreau o incluso Jurassic Park– la isla de “Lost” se convirtió en un gran macguffin serial –un puro pretexto– que de forma adictiva, explotando los tiempos y los ritmos de capítulos de 40 minutos, planteaba continuos interrogantes que transitaban entre la ciencia-ficción y la religión. Parte de la adicción que generaba la serie proviene de la estructura narrativa, ciertamente innovadora; por un lado, cada episodio está asociado a un personaje concreto y, por otro lado, cada episodio mezcla temporalidades distintas: el presente en la isla y el pasado del personaje antes del accidente de avión, mediante flashbacks (convertidos en flashforwards más adelante). El diálogo de temporalidades fue una de las bases de la serie llegando a crear uno de los capítulos más emblemáticos, “The constant”, donde un Ulises contemporáneo (Desmond) se ponía en contacto con su Penélope, a través de una llamada telefónica en espacio-tiempos distintos. Apoteosis televisiva. Pero en paralelo a los viajes en el tiempo, “Lost” como gran parte del cine clásico de Hollywood hablaba del padre y su ausencia. Reducir el final de la serie a una especie de duelo colectivo catártico por la pérdida del padre fue un engaño (casi un ultraje) para aquellos fans que solo estaban interesados en desvelar el gran enigma. Pero no debemos olvidar que todo empieza ante el ataúd vacío del padre fallecido, en una isla...