Un joven solitario –el propio autor– recorre Grecia, África oriental y la India. Sin saber bien qué busca y con pocas ganas de volver a su país, Sudáfrica, sigue la ruta de los viajeros que va conociendo. Damon Galgut, autor de La promesa, vuelve ahora con la novela En una habitación ajena/En una habitació desconeguda (Libros del Asteroide/Les Hores), en la que transita entre la ficción y el recuerdo en un relato sobre la alienación y la complejidad de las relaciones humanas, que explora la rabia y la compasión, la añoranza y el deseo.
¿Por qué ese anhelo de un viaje que nunca termina?
Es una sensación de inquietud. Es algo que quizás estaba en mi vida cuando tenía veinte y pocos, treinta y pocos años. Me costaba muchísimo quedarme quieto en un solo lugar durante más de dos o tres meses. Ahora bien, ¿por qué? No tengo ni idea. Me gusta poder decir que ahora tengo mi casa en Ciudad del Cabo, soy más sedentario y me siento mucho más calmado, espero, que en aquel entonces.

Viaja solo, pero entabla amistad con personas que conoce en el camino. ¿Cómo es esa conexión con gente completamente desconocida?
Pues diría que, como muestra el libro, este tipo de conexiones a veces no son fuertes ni tampoco muy sanas. Cuando viajas, todo es transitorio. Un día tienes a alguien ahí y al día siguiente ya no está. Y, de una manera muy profunda, creo que, en última instancia, todas las relaciones humanas son así. La sensación es que son sólidas y profundas, pero al final llega un momento en que todos nos vamos.
Es como las habitaciones. ¿Son siempre las mismas?
Sí. Las habitaciones de hotel son ocupadas infinitamente por alguien que llega mañana, y tiene que ver con esa dimensión provisional de la vida. A todos nos gusta mucho tener una casa propia, que puede ser una casa de ladrillos y cemento, o quizá un matrimonio, pero con el tiempo, todas estas conexiones acaban siendo temporales.
Cuando regresa a Sudáfrica dice que tampoco siente que sea su hogar. En aquel momento ha cambiado el gobierno y el apartheid ha desaparecido. ¿Qué sensación tuvo?
Intento describirlo en el libro. Quizás hoy en día tampoco sabría hacerlo de una manera diferente. Evidentemente, hubo un cambio histórico en Sudáfrica. Ese tipo de cambio que los países perciben muy raramente. Yo no pensaba que el gobierno blanco acabaría capitulando. Y eso pasó. Fue un momento que lo transformó todo, profundamente, toda la sociedad sudafricana. Me cuesta mucho explicarlo en pocas palabras. No pensaba que eso ocurriría, pero cuando pasó, vimos que era uno de los cambios históricos que han sucedido en el mundo. Al mismo tiempo, como yo me encontraba en ese estado tan inquieto, la percepción que tuve fue como de lejanía, de distanciamiento.
También lo subraya en relación con la Guerra del Golfo. Para usted, ¿qué significa una frontera?
En cierto modo, es un impedimento artificial. Si quieres viajar, lo que quieres es continuar por ese camino. Pero, claro, los gobiernos te piden un pasaporte, una justificación para saber por qué vas. El viaje transita por muchas de esas fronteras, y algunas son emocionales. Es una de las razones por las que viajé: adentrarme en partes de mi personalidad que no había explorado hasta entonces.
¿Ha descubierto algo nuevo sobre usted mismo en todos esos recorridos?
Sí, pero no siempre eran cosas felices ni halagadoras. Estos viajes los relato con toda la precisión que soy capaz de recordar y, durante ellos, no solo me centraba en lo que ocurría en los lugares a los que iba, sino en las relaciones con las personas que me acompañaban y en cómo iban cambiando esas relaciones. Este libro es una especie de mapa, con cada pequeño cambio emocional que sentí.
Ahora que no viaja, ¿se aburre?
En aquella época era una persona muy infeliz. Es decir, el motor que me empujaba a viajar era que me sentía muy inquieto y muy triste. Por lo tanto, ahora soy mucho más feliz. Pero, claro, la felicidad también tiene su propia carga, sus propios lazos; en cierto modo, te vas acomodando a ti mismo, quizás te aceptas mucho más y también ciertas cosas de este mundo que tal vez no deberíamos aceptar.

¿Cree que no necesitamos muchas cosas para viajar o para vivir?
Depende. Solo para sobrevivir en el día a día necesitas comida, un lugar donde resguardarte y poco más. Ahora bien, si piensas en las necesidades del alma, el alma necesita muchas más cosas, y viajar no te las da necesariamente. En mi caso, ahora tengo una vida mucho más rica; mi vida interior es muy rica, y mi vida exterior también lo es, aunque arrastra una carga mayor que antes. Pero el hecho de reducir la vida a lo esencial tiene también un punto de placer. Es decir, que todavía tengo ese impulso casi monacal, ese deseo de vivir como un asceta, con lo mínimo necesario.
¿Cómo ve a la gente que viaja por necesidad, por escapar? ¿Qué tipo de desarraigo era el suyo?
Si hablamos de una persona que viaja por necesidad económica, esas necesidades son muy materiales. Los viajes que describo en este libro no son los viajes de la gente rica, tampoco. Yo trabajaba unos meses y aprovechaba ese dinero que había ganado para salir a viajar con una mochila. Pero incluso en aquella época, evidentemente, me lo permitía, era indulgente; es decir, mis viajes no eran otra cosa que esa indulgencia espiritual. Me ha gustado que me hagas esta pregunta porque no quiero dar la impresión de que eran viajes como los que hace la gente rica.
¿Encontró lo que buscaba?
No, porque lo que buscaba no era yo y no sé dónde estaba. Así que seguí moviéndome para escapar de mí mismo, pero no me encontré en ese camino.
Supongo que ya sabe que no podemos escapar de nosotros mismos.
Lo acepto, sí, lo acepto. ¿Esos viajes terminaron con algún tipo de resolución, de conclusión? Pude, por fin, sentarme a escribir sobre ellos.
¿Fue como un tratamiento, como una terapia?
Podríamos decirlo así, sí. Aunque no escribía por ese motivo. De hecho, el libro se me fue revelando, y vi que era un proyecto sobre la memoria, sobre cómo nos recordamos a nosotros mismos, cómo nos recordamos en relación con el mundo y con los demás. Por eso el relato va cambiando entre la primera y la tercera persona. No era algo que tuviera planeado cuando empecé a escribir, sino que, de manera natural, fue surgiendo así. Cuando hablas de la memoria, hay momentos en los que la estás viviendo en primera persona y otros en los que la observas desde fuera, como si fueras un desconocido.
¿Las personas que aparecen en el libro se reconocen?
No. La tercera parte del libro implica a una persona que fue muy cercana a mí, a mi vida, y en ese caso pedí permiso para poder publicar ese texto. En el caso de los dos primeros viajes, perdí todo contacto, aunque en la segunda parte logré enviar un ejemplar a una de las personas que aparecen en el viaje, quien me había olvidado por completo. Pero me escribió una carta, y la verdad es que fue fantástico, porque ambos habíamos continuado con nuestras vidas, que eran muy diferentes. Pero aun así, recordábamos el viaje y había sido algo muy importante para nosotros. Aunque, si mi acompañante en ese viaje hubiera escrito la historia, habría escrito una completamente diferente a la mía.