Más del 66% de las personas que se marcan propósitos a principios de año, los abandona en el primer mes. Unas metas que en la gran mayoría de los casos suelen ir enfocadas a los cambios de hábitos de salud y la mejora del estado físico, emocional e, incluso, laboral. Pero que en la gran mayoría de los casos no se llegan a realizar.
Ante esta situación, cabe preguntarse qué hacemos mal. «Esto se debe a que, año tras año, nos plateamos propósitos de una manera muy ligera, sin tener en cuenta que un propósito es un objetivo personal», explica el psicólogo relacional y tutor del grado de Psicología de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), Enric Soler Labajos.
En este sentido, él mismo sostiene que «en un entorno profesional, cuando una empresa se marca un objetivo, lo hace de forma muy clara, concreta y definida; establece un tiempo para alcanzarlo; probablemente diseñará una serie de etapas para lograrlo; y también tendrá mecanismos para comprobar si conforme nos acercamos a dicho objetivo, se cumplen las previsiones iniciales».
Entonces, volviendo al terreno personal, «si un propósito no está bien definido, si no hay una estrategia planificada y tampoco un mecanismo para medir que lo estamos logrando, es lo que explica que dos terceras partes de las personas que se marcan propósitos, los abandonen en el primer mes».
Antipropósitos
Así, no es de extrañar que en los últimos años el término antipropósito haya ganado en popularidad.
¿Qué es un antipropósito? Aunque no hay una definición estipulada, Enric Soler describe que «por un lado, puede entenderse como una especie de propósito en el que te das permiso para no alcanzarlo, y, por otro lado, como el propósito de renunciar a un hábito o una rutina que no nos aporta nada». Como ejemplo, «ante el hábito de ducharse cada día, el antipropósito sería solo ducharse cuatro días a la semana», indica el psicólogo, quien añade que «de esta manera, ahorraremos agua y la salud de nuestra piel también se verá beneficiada».
De la misma manera, en lugar de establecer la meta de perder peso, un antipropósito podría ser «no obsesionarse con la dieta» o «no dejar que la apariencia física dicte mi felicidad». Es una forma de abordar las metas desde una perspectiva paradójicamente inversa, e identificar comportamientos no deseados en lugar de establecer metas específicas.
De este modo, se pueden poner en marcha una serie de herramientas psicológicas, como las preguntas propias, vinculadas al momento vital, a la motivación y a la finalidad. «Las respuestas que nos demos, nos proporcionarán pistas sobre si el antipropósito en cuestión es adecuado o no. Por ejemplo, si me propongo hacer deporte, cuando es algo que odio, y me lo planteo porque no se me ocurre ningún propósito más, mejor olvidarse, porque el fracaso está garantizado, con la consecuente desmotivación que ello conlleva», recalca Soler Labajos.
Menos estrés
Por ello, sigue explicando el psicólogo, «lo que tiene de bueno un antipropósito respecto a un propósito es que su propia definición nos libera del estrés adicional que implica alcanzar un objetivo; es decir, un antipropósito no es más que un propósito, pero al darnos permiso para fallar, para saltárnoslo o no ser rigurosos, tenemos menos estrés, y, por lo tanto, más probabilidad de dedicar más esfuerzos, que de otra manera malgastamos con la ansiedad».
Cuando un objetivo es muy complejo, lógicamente, se debe subdividir en objetivos parciales que son los que nos indicarán si vamos por el buen camino
Debemos empezar por plantearnos cuestiones sencillas. «Cuando un objetivo es muy complejo, lógicamente, se debe subdividir en objetivos parciales que son los que nos indicarán si vamos por el buen camino; entonces, cuanto más sencillo y más concreto, más fácil será hacerlo realidad», asegura el tutor del grado de Psicología de la UOC.
Todo ello sin olvidar que «también debe ser racional, estructurado y que, sobre todo, tenga un interés para nosotros». De nada servirá que diez minutos antes de las campanadas improvisemos; también estaremos condenados al fracaso si, año tras año, la lista de propósitos se repite con objetivos estándares como dejar de fumar, comer más saludable, aprender idiomas y apuntarse al gimnasio. «Ya tenemos una vida demasiado estructurada, con infinidad de obligaciones, como para añadir más con el Año Nuevo», afirma Enric Soler.
Por último, el psicólogo recuerda que «a diferencia de la declaración de la renta, que debemos presentarla cada año, con los propósitos no debemos dar cuenta a nadie; entonces, si realmente nos proponemos cualquier meta, debemos hacerlo de manera consciente, porque si lo hacemos a la ligera, lo único que lograremos es no conseguirlo, lo que implica una desmotivación». Por todo ello, «tampoco deberíamos dejarnos llevar por la euforia del Año Nuevo, porque el resto de los 364 días del año son igual de buenos para plantearse objetivos».