Aleksandra Lun: «Europa Occidental y la del Este son dos planetas distintos»

‘Química para mosquitos’ explora el sabor alienígena en un ambiente de opresión, miedo y totalitarismo

06 junio 2024 21:33 | Actualizado a 07 junio 2024 07:00
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Aleksandra Lun (Gliwice, 1979) dejó su Polonia natal a los 19 años para estudiar Filología Hispánica en España, estudios que combinaba con un trabajo en un casino. Escribe sus novelas en castellano como un antídoto para que no se le desdibuje el idioma, ahora que vive en Bruselas y no lo utiliza tanto. Química para mosquitos (Galaxia Gutenberg) es su última obra, con elementos fantásticos, de ciencia ficción en una historia que habla de moléculas y de amenaza nuclear en una atmósfera totalitaria.

No sitúa el relato en ningún país en concreto.

Lo he hecho así por dos razones, primero porque me invento hechos históricos que no han sucedido, no ha habido otra explosión nuclear ni otra central que fuera tan importante como Chernóbil. Por otra parte, no me interesaba hacer una descripción de mi país o de un país en concreto. Quería crear un ambiente de Europa del Este, de opresión, de totalitarismo. No me parecía que dibujar un país real me pudiera ayudar en eso aunque, por supuesto, he utilizado mi experiencia porque yo me crie en Polonia durante el comunismo.

¿Se refiere a pseudopadres porque el padre sería el Estado?

No, aunque podría ser una interpretación. La protagonista es un ser extraño un poco fuera de lo común, que no se sabe muy bien de dónde viene, tiene un origen doble, una especie de nacimiento doble y entonces hay cierto misterio que la rodea. Yo quería dar esta impresión, por lo que no podían ser simplemente padres, no acaban de serlo. Quería introducir esa duda, ese distanciamiento de si es su familia o no.

Habla de una nave, como si llegara de otro planeta. ¿Tiene algo que ver con la división de Europa?

En realidad, Europa Occidental y Europa del Este son dos planetas distintos, diría que incluso hoy. Compartimos valores, sistemas políticos y la economía libre, pero hay grandes diferencias culturales. Más allá de que podemos comprar los mismos productos, las mismas marcas, en realidad hay grandes diferencias de mentalidad, de manera de hacer las cosas y en ese sentido, siguen siendo dos planetas, ahora más cercanos que en la época de la Guerra Fría. Y exploro ese sabor alienígena de mi protagonista. Quería ir un poco más allá, sin sonar grandilocuente, quería indagar en las grandes razones metafísicas, despertar la curiosidad del lector hacia estas cuestiones más intangibles de nuestro origen y del poco tiempo que tenemos aquí. Por eso hago tantas comparaciones con el tiempo geológico, con el mosquito atrapado durante 40 millones de años en el ámbar y el mosquito de hoy, que vive una semana o dos.

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Pero tienen su historia.

Sí, eso es muy cierto. A mí me gusta pensar que todos estamos contando una historia con nuestra vida. Tú, yo, nuestros vecinos, nuestros padres, nuestros hijos, si los tenemos, los insectos, todos estamos intentando crear una historia sobre algo y creo que es importante preguntarse sobre qué la estamos escribiendo cada uno para saber hacia dónde vamos. En este sentido, los insectos me parecían una parte olvidada de la realidad, al menos en mi entorno. Son como invisibles, ya tenemos los perros, los queremos y los animales grandes, pero al ser tan pequeños, los insectos pasan totalmente desapercibidos y me gustaba darles más protagonismo, verlos también como algo más simbólico. En el libro les doto de cierto simbolismo, donde tienen un papel muy importante, que no quiero desvelar.

La amenaza nuclear recorre la novela.

Quería crear una amenaza difusa dentro de este ambiente opresor, me interesaba mostrar una vida bajo presión, como un miedo constante a algo que es invisible, pero que puede ser destructor. Por otro lado, hay todo un juego en la novela sobre los átomos y a mí me interesan mucho, a pesar de que no soy científica. Es curioso pensar que todo lo que nos rodea y nosotros mismos estamos construidos de átomos que, tras nuestra muerte, van a cambiar a otra cosa, que tenemos un cuerpo, el cuerpo está construido de unos órganos, los órganos están construidos de unos tejidos, estos de las células, las células de moléculas, oxígeno, carbono y las moléculas de átomos. Es una cosa, que si nos paramos a pensar, a mí al menos me deja completamente atónita. Entonces, quería de alguna manera indagar en este tema y como la energía nuclear está relacionada con los átomos, era una buena manera de explorarlo desde un punto de vista literario, no científico.

¿Por qué escribe sus libros en castellano?

Viví en España durante 13 años. A los 19 años me fui de Polonia y empecé a estudiar en España Filología Hispánica, un poco por casualidad porque mis padres no tenían medios para enviarme al extranjero, ni mucho menos. Pero se me abrió una oportunidad de estudiar, que combinaba con un trabajo en un casino, era muy novelesco ya de por sí. Toda mi vida de adulta empezó en español. Toda mi vida laboral, mis relaciones, fue una experiencia formativa muy potente para mí. Cuando vine a Bélgica, donde ya llevo también 12 años, que es mucho tiempo, como el español no es mi lengua materna, lo empecé a sentir extraño. Porque tu lengua materna no se te olvida, pero la adquirida, sí. Al principio fue un proceso muy angustiante porque sentía que si desaparece el idioma, desaparece una parte de mí porque ¿cómo voy a mantener mis recuerdos si no tengo la lengua? Por lo que escribí un primer libro que va de eso, precisamente, sobre los escritores que escriben en lenguas extranjeras. A mí, mis musas me hablan en español. Traducirlas al polaco sería el doble de trabajo, doble tiempo y eso también tiene que ver con cómo escribo. Es decir, me da la sensación de que hay dos tipos de escritores, gente que escribe más de manera más ordenada. Yo, por el contrario, trabajo más con la intuición. Los libros se van creando a partir de una imagen, de una frase y es un proceso en el que realmente oigo una voz. Quizás es una cuestión de lengua extranjera porque nuestra lengua está tan incorporada que no la oímos.

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