Final de la jornada laboral, Cristina (trabajadora social, 32 años, 8 de ellos viviendo sola) tiene la recompensa del día: el silencio pacífico de su casa en soledad que se suma a una sensación liberadora: «No tener que dar explicaciones a nadie».
Cristina es una de las 41.800 mujeres que viven solas en la demarcación de Tarragona según la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística. Es un grupo en el que, igual que en el resto de España, son mayoría las mujeres mayores y viudas, pero donde poco a poco se van haciendo un hueco mujeres más jóvenes (ya el 40% tiene menos de 65 años), sobre todo solteras.
Y el cambio no tiene que ver sólo con la edad; en este grupo hay cada vez más mujeres que viven solas por elección y no obligadas por las circunstancias.
Eso sí, lo primero que advierten es que materializar la idea de vivir sola es casi una heroicidad, teniendo en cuenta que la inmensa mayoría del parque de viviendas está pensado para familias. De hecho, la inmensa mayoría (95,5%) de las mujeres que viven solas en la provincia lo hace en una vivienda de tres o más habitaciones.
«Es una de las grandes dificultades, la economía, yo puedo permitirme vivir sola porque tengo dos trabajos, pero si no cuesta mucho llegar a fin de mes... En Tarragona , por ejemplo (ahora vive en Coma Ruga), apenas encuentras algo pequeñito y barato», explica Cristina.
No es raro pues que estas ‘singles’ sean sobre todo mujeres con formación y, claro está, con empleo. Justo en lo que tiene que ver con el trabajo Cristina, también encuentra ventajas: si hay una reunión que se alarga o un tema que hay que dejar finiquitado no tiene la presión de alguien esperando, «nada me aprieta».
Ni egoístas ni antisociales
Pero atención, vivir solas y ser solitarias no son la misma cosa y tanto Cristina como Cinta (53 años, periodista) lo demuestran.
Cuenta Cinta que lleva tres años viviendo sola (algo que ya había hecho en diferentes épocas de su vida) y que tiene «una diversidad importante de amigos y amigas que también viven solos y con estas personas te sientes muy acompañada. A veces es viernes al mediodía, ves el fin de semana por delante, no tienes ningún plan y te preocupa un poco, pero eso es cuestión de poco tiempo; antes de las tres de la tarde ya empiezan a llegar whatsaps con propuestas para ir a cenar, para ir a caminar, para practicar otros deportes, para ir a algún lugar especial, para comer, para comentar algún proyecto, para ir a un concierto… Esos individuos sueltos nos organizamos fácil. Improvisamos y sin tener que dar razones a nadie... Luego, cuando la situación lo requiere, también te ayudas mucho, se producen muchas situaciones de confidencias, de quedadas espontáneas muy enriquecedoras, fuera de los formatos tradicionales de familia. Esta la componen los amigos y amigas».
Disponer de tiempo es otra de las grandes ventajas para la vida social y el ocio cuando no hay que negociar con nadie: «Cuando estás sola únicamente importa lo que realmente tú quieras hacer... Me he abierto a más ámbitos, he ido a actividades que antes no se me hubiesen ocurrido», explica.
Aprender a espabilar
También está, cómo no, el aprendizaje personal. Cristina apunta que «cuando vives sola tienes que espabilarte, nadie te prepara la comida, te lava, te hace la plancha...», pero conseguir salir adelante también da un impulso de autoestima y confianza.
Cinta dice que ha descubierto «que es bueno estar sola, que no siempre has de estar con alguien, que relaja encontrarte contigo misma, tener espacios para el silencio, saber tomar tus propias decisiones, apostar por lo que realmente quieres... Descubres que hay muchas cosas que sólo dependen de ti. Son tus deseos los que mandan y haces con ellos lo que puedes».
Eso sí, no se engañan, hay situaciones en que se echa de menos vivir con otros. Cinta dice que «siempre hay algún momento que te gustaría compartir al instante, una buena noticia, un drama, un comentario sobre algo que acabas de leer o ver, un éxito, un fracaso… Pero hoy en día con las nuevas tecnologías puedes mandar un whatsapp, realizar una llamada de voz desde cualquier lugar, una videollamada y ya está. No hay problema en estar sola si sabes que tienes personas amigas que están a un clic».
Cristina reconoce que le pasa sobre todo cuando se pone enferma, «echo de menos a mi madre, sus mimos», relata.
Ambas, sin querer aconsejar a nadie, sí que creen que está bien probar a vivir sola al menos una vez en la vida: «Aprendes mucho y experimentas sensaciones que te hacen sentir muy libre», dice Cinta. Cristina remata: «No lo cambiaría por nada».
Lo que dicen los expertos: los modelos de convivencia están cambiando
Una antropóloga y un sociólogo explican cómo se están transformando los modelos de convivencia... Hoy en una de cada cuatro casas vive una persona sola«Son mujeres que ya no ponen a la pareja y los hijos en el centro de su vida», resume Begonya Enguix, experta en antropología de los géneros de la UOC y profesora de los estudios de Arte y Humanidad, para explicar el porqué del número creciente de mujeres que viven solas.
Apunta que es un fenómeno extrapolable a todo el mundo occidental, donde las mujeres «han accedido al control de sus cuerpos, no necesitan a los hombres como protectores y donde tienen acceso al mercado de trabajo». Eso sí, la tendencia en España ha llegado con mucho más retraso.
Ángel Belzunegui, sociólogo y profesor de la URV, coincide, y recuerda que del fenómeno ‘single’ ya comenzaba a hablarse a principios de los 90 en ciudades como París.
Enguix sostiene que estamos asistiendo a una erosión de modelos tradicionales que propugnan que la mujer no está completa si no tiene pareja e hijos, para caminar hacia nuevos modelos de convivencia.
Son mujeres que ya no ponen a la pareja y los hijos en el centro de su vidaPero, mientras, siguen vigentes muchas resistencias y machismo, explica Belzunegui. Apunta que la sociedad sigue teniendo expectativas sobre las mujeres distintas a las de los hombres. Lo pone en palabras sencillas: al hombre que vive solo se le presupone «un buen partido», pero en torno a la mujer que vive sola, el comentario que subyace es «qué rara tiene que ser». Dice que «cada vez que la mujer ha ido a conquistar su autonomía ha tenido a la sociedad en contra».
Pero ninguno de los dos se engaña; aunque cambie la mentalidad, sólo vive sola quien puede permitírselo económicamente hablando. Belzunegui recuerda , de hecho, que el segmento de población más pobre es el que tiene entre 16 y 29 años.
Así pues, no es de extrañar que muchas de estas mujeres que viven solas tengan un buen nivel de formación y, sobre todo, de ingresos.
Tampoco es extraño que vivan en entornos urbanos. Enguix dice que tiene lógica porque en las ciudades hay más trabajo y también más progreso. «Además, el control social es menor y seguramente no hay nadie, como en el pueblo, preguntándole a esa mujer cada tanto si por fin tiene pareja».
Belzunegui cree que tampoco hay que perder de vista que estamos en una sociedad cada vez más individualizada (que n0 individualista), algo que, advierte, no tiene que ver con egoísmo, sino con una necesidad de autonomía y realización personal. «Esto también explica por qué las mujeres retrasan la edad de casarse y tienen menos hijos», apunta.
Además, aunque estén solas, esto no quiere decir que no tengan relaciones, incluso de pareja, pero en que cada uno conserva su espacio ‘living apart together’. Enguix recuerda, además, que «con las redes sociales es mucho más fácil tener relaciones esporádicas».
Lo que sí queda claro es que más allá de la comprensión o no de la sociedad, el fenómeno es imparable. Hoy los hogares unipersonales son uno de cada cuatro, pero el INE calcula que en 15 años será uno de cada tres.