El esfuerzo bélico de Rusia en Ucrania ha desatendido su ayuda al régimen de Bashar al Assad, cuya caída supone para el Kremlin un fracaso más de su política exterior.
En su momento, la ofensiva de las fuerzas rusas en Siria fue un golpe de timón de Moscú ante el deterioro de su imagen por la anexión de Crimea y la guerra en Donbás, que arrancó en 2014. Aquella intervención en Oriente Medio comenzó en septiembre de 2015 para lograr una mayor presencia de Rusia en la escena internacional y poder así contrarrestar la percepción negativa de sus acciones en Ucrania, con la narrativa por delante de la lucha contra el terrorismo yihadista.
La ayuda rusa permitió al régimen sirio repeler los ataques rebeldes y estabilizar la situación en el país. El apuntalamiento de al Assad también estaba dirigido, como el propio presidente Vladímir Putin reconoció, a evitar que el presidente sirio compartiese el destino trágico de Saddam Husein o Muamar el Gadafi.
Pero ahora todo se ha ido al traste. Las televisiones públicas rusas silenciaban completamente este domingo lo que sucede en Damasco. Dedican sus espacios a Putin condecorando a figuras del mundo de la cultura o preparando su gran comparecencia televisiva del próximo 19 de diciembre. En la información internacional destaca solamente la situación en Corea del Sur.
El vertiginoso avance de los insurgentes sirios ha sido posible fundamentalmente a causa de la debilidad de Rusia, enfrascada en su llamada operación mlitar especial en Ucrania, y de Irán con su aliado Hezbolá, ocupados en el conflicto con Israel. «Rusia e Irán se encuentran debilitadas en este momento; una debido a Ucrania y a una mala economía. La otra debido a Israel y su éxito en los combates», aseguró este domingo el presidente electo estadounidense, Donald Trump, en un mensaje difundido en la red social Truth Social.
Por otro lado, la cuestión del grado de participación de Turquía en las acciones de los grupos opositores sirios, algunos de los cuales son leales a Ankara, no está completamente dilucidada. Pero, en cualquier caso, la parte turca es la que más se beneficia de los actuales acontecimientos en Siria.
Antes de que comenzara la invasión a gran escala de Ucrania, el Kremlin tenía 132 instalaciones militares en Siria, según datos del Pentágono estadounidense. En los últimos dos años quedaron reducidas a 114, entre ellas las dos bases clave: la aérea de Jmeimin, en la provincia de Latakia, y la naval de Tartús en la costa del Mediterráneo, ambas situadas en la parte noroeste de Siria. Aunque no se han divulgado datos sobre el tamaño del contingente militar ruso en el país, es notorio que, desde la primavera de 2022, Moscú comenzó a transferir a Ucrania a sus militares y unidades de mercenarios.
Posible pérdida de influencia Los blogueros militares locales reconocen ahora que la presencia misma de Rusia en Oriente Medio y sus dos bases militares en Siria están en peligro de desaparecer, lo que supondría un serio revés para Putin tras nueve años de dedicar ingentes recursos al país. La base de Tartús es el único centro de reparación y reabastecimiento de la Armada rusa en el Mediterráneo y puente para el desplazamiento de mercenarios a África.
El canal de Telegram Rybar, próximo al Ministerio de Defensa, cree que el nuevo poder en Damasco «intentarán infligir la máxima derrota y el máximo daño físico y de reputación a la Federación Rusa y destruir nuestras bases militares». Otro bloguero, Starshe Eddi, escribe en Telegram que «una década en Siria, soldados rusos muertos, miles de millones de rublos dilapidados y miles de toneladas de municiones gastadas, hay que compensarlos de alguna manera», haciendo un llamamiento a que el ejército ruso se quede con Latakia y Tartús. El antiguo comandante de las fuerzas separatistas en Donbás Ígor Guirkin (Strelkov) afirma desde la cárcel que «nuestros enemigos han decidido aprovecharse de nuestra debilidad en un momento en que estamos ocupados en el frente ucraniano. La derrota de Assad será también será nuestra derrota».
En los últimos dos años, se han acumulado muchas contradicciones en las relaciones entre Rusia y Turquía: desde problemas con los pagos bancarios debido a la presión de las sanciones estadounidenses al Gobierno de Ankara hasta el descontento del Kremlin con el suministro de drones turcos a Kiev. Un choque de intereses en Siria era sólo cuestión de tiempo.
Además, el factor sirio se sumará ahora a la compleja ecuación del enfrentamiento entre Rusia y la OTAN. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha demostrado en repetidas ocasiones que puede utilizar su influencia en cuestiones delicadas para Rusia con el fin de mejorar sus relaciones con Occidente. Por ejemplo, con la aprobación de la solicitud de Finlandia y Suecia para unirse a la Alianza y con la firma de la declaración final de la cumbre en Suiza para la paz en Ucrania.