Jacques Brel resonará este sábado a partir de las 19.00 entre las gárgolas de Notre-Dame de París con una de las canciones más bellas de la lengua francesa: Quand on n’a que l’amour, la misma que resonó en el Panteón ante de los féretros de las víctimas del atentado islamista en Bataclán en 2015. Los versos de Brel acaban: «cuando solo nos queda el amor, tenemos en nuestras manos el mundo entero».
Eso, el mundo entero, vuelve a contemplar la catedral, símbolo de los símbolos en la ciudad de los símbolos, en una Semana Trágica à la française. Sin gobierno y con un presidente instalado en un templo, el Elíseo, alejado de la realidad, solitario, como los dioses del Olimpo. Él, que ha hecho de su presidencia un homenaje a la verticalidad jupiteriana, ese uso y abuso del poder unidireccional, está ahora sin interlocutores. En su alocución del jueves, con el país en desbandada, con Donald Trump (su némesis) anunciando en X que estaría en París para celebrar la resurrección de la catedral, riñó a los franceses por no comprender sus decisiones. Es cierto, a Emmanuel Macron no se le entiende. Sus erráticas tácticas políticas tienen a los politólogos locos y a los ciudadanos desesperados. Bordel, te dicen. Merde, claro, como la portada de The Economist. Zanny Minton Beddoes, su directora, explica la elección. «El colapso fue dramático, pero no inesperado», dice. «El miércoles, el parlamento de Francia destituyó al primer ministro, Michel Barnier, dejando al país sin presupuesto y sin gobierno. Barnier se enfrentó a la dura realidad de vivir sin una mayoría. La situación de Francia ofrece una advertencia clara sobre adónde pueden llevar las políticas de la decepción. Cuando los votantes se cansan de las coaliciones centristas o de gobiernos minoritarios débiles, su única opción son los extremos. Nuestros diseñadores de portada hicieron un trabajo excepcional: me encantó la combinación de una sofisticada escena de la noche parisina y un poco de humor inglés travieso. No todos mis colegas estuvieron de acuerdo. Tant pis». Nada que añadir, señoría.
Pero esta tarde, Clara Luciani, Haendel, la Marsellesa, un mapping alucinante con música electrónica de la French Touch, y un poema de Louis Aragon que empieza diciendo que el homenaje es «para los que creen y para los que no creen», celebrarán lo imposible: reconstruir Notre-Dame en cinco años.
Hay una historia poco conocida aquí: los héroes, los compagnons. Alexandre, el herrero. Marie, la restauradora. Luis, el ebanista. Raphaël, el organero. Emma, la maestra vidriera... Todas estas pequeñas manos (les petites-mans) han hecho de lo excepcional lo cotidiano. Unos 1.300 artesanos fueron los primeros en entrar en la nueva catedral. Una visita en primicia para contemplar el trabajo hecho y bien hecho. Admiraban con la boca abierta y una sonrisa ingenua el resultado de las horas extras incontables, la brillantez de la piedra pulida y el festival de colores a través de los vitrales limpios, y las capillas y cuadros de arte restaurados... Y allí, en el altar, la Piedad que resistió el fuego. No hay que ser creyente para sentir ante una Piedad una emoción sublime. El dolor de una madre (Notre-Dame) ante la muerte del hijo. Todos somos hijos y todos sabemos que el amor de nuestra madre es irremplazable. Los que ya la hemos perdido comprendemos esa Piedad como nadie.
Ese 16 de abril, recuerdo perfectamente como le dije a Michel ante del televisor: regarde, elle est toujours là, elle a survécu. Era una aparición. Un presagio. Un milagro. Los milagros existen. Como el que han hecho estos artesanos. Se llaman a sí mismos ‘La familia Notre-Dame’ porque han sido ellos, los carpinteros, canteros, techadores, campaneros, ebanistas, herreros y escultores quienes han logrado lo que parecía imposible. Han funcionado como un reloj. Bajo la batuta del general Jean-Louis de Georgelin y el arquitecto Phillippe Villeneuve, han sanado la gran herida. El horror de esa tarde de abril, que nos dejó sin palabras, con lágrimas, desconocidas para muchos, que dejábamos que se pegaran a nuestra piel.
Ha sido el proyecto de una vida el que estos hombres y mujeres iniciaron en las horas que siguieron al incendio del 15 de abril de 2019. En los cuatro rincones de Francia, en los talleres de unas 250 empresas, estos dos mil artesanos de la resurrección han dado testimonio de la excelencia a la francesa y han hecho perdurar saberes y artes ancestrales. Como en esa forja normanda, que antes fue un establo, donde la cruz del ábside, que se recuperó torcida y doblada entre los escombros, fue enderezada a mano. «Las mismas técnicas que en los siglos XVII y XVIII», cuenta Alexandre, un herrero de 33 años originario de Calvados, a las cámaras de la CNN.
Un trabajo de orfebre ha permitido ‘milagros’, entre ellos el desmontaje, la limpieza y, sobre todo, la afinación uno a uno de los 8.000 tubos del gran órgano en un tiempo récord. «Lo hemos logrado», como testifica, orgulloso, Raphaël, un fabricante de órganos de la Vaucluse. Un sentimiento de satisfacción compartido por Marie, de 64 años, restauradora parisiense de las pinturas murales dibujadas por Viollet-le-Duc (el arquitecto de la aguja) y que vivió en Notre-Dame «su último gran proyecto». Y una operación quirúrgica para rellenar y retocar las lagunas observadas en el monumento: flores de lis, un trozo de cielo estrellado...
Nadie les dedicará la portada de sus periódicos, de sus revistas, de sus conexiones en directo. Pero todos, sin excepción, saludan el esfuerzo colectivo, el espíritu de camaradería, la alquimia entre los oficios que han trabajado juntos con un objetivo común: devolver la vida a esta joya gótica, emblema mundial de la trascendencia, de nuestros valores, de nuestra historia compartida. «Equipo. Es la primera palabra que me viene a la mente cuando rememoro esta aventura», testifica Gaspard, carpintero de Caen. «¡Nunca hubo peleas!» añade Marie, la pintora. Altruista, Steven, el funámbulo que ha recorrido cada rincón del monumento suspendido de sus cuerdas, envía un mensaje breve acompañado de una sonrisa que evoca la atmósfera en los pasillos de la catedral: «Bravo a todos. Es nuestra Notre-Dame».
Artesanos y políticos
Estos artesanos han sabido hacer lo que los 577 diputados de la asamblea nacional no han sido capaces de hacer. Y cayó el gobierno de Michel Barnier. El excomisario europeo abandonó Matignon menos de tres meses después de su llegada. Una sanción histórica que confirma el amargo fracaso de la operación de disolución lanzada por Macron el 9 de junio. Y la agonía de los treinta meses que quedan hasta las elecciones presidenciales.
Cuánto daño en el proceso. Un período de estrés y tensión para el país, mientras la extrema derecha del Rassemblement National nunca había parecido tan cerca del poder. Una votación legislativa organizada a toda prisa sin que el debate democrático pudiera despegar. Semanas de vacío de poder, con un gobierno confinado a asuntos ordinarios, mientras los déficits seguían ampliándose. Un RN que se convierte en dueño del juego, tanto para gobernar (Barnier cedió en parte a sus exigencias) como para censurar (la izquierda aceptó ser corresponsable de la censura con él). Un debilitamiento severo de la imagen de la política. En definitiva, tanto tiempo perdido en detrimento de los franceses para volver al punto de partida. ¡Todo por eso!
Dos mundos. Unos en la Asamblea enredándose con las palabras, envueltos en el manto de una logorrea política que ya ni ellos comprenden. España como ejemplo. ¿Cómo es posible que los españoles lleguen a un acuerdo y nosotros no? repiten sin cesar los comentaristas. Ay, ese orgullo tan divino... Y los artesanos... resolutivos, unidos, entregados, comprometidos. Las almas de Francia. La Revolución esta vez ha sido para levantar de nuevo una catedral. Si las pequeñas manos de un pueblo pueden, el poder de los dioses del Olimpo está perdido. Dicen que donde hoy está la catedral, en Île de la Cité, los romanos habían construido su templo al dios Júpiter. Hoy los dioses son esa Piedad resistente y miles de personas anónimas que lo han dado todo. Eso es Francia.