El 25 de febrero de 2020, una mujer que había viajado a Italia se convirtió en el primer positivo de covid en Catalunya, en el inicio de una frenética expansión del SARS-CoV-2 que ni los médicos del Clínic que atendieron los primeros casos ni nadie se esperaba.
«Es uno de los aprendizajes de la pandemia: las previsiones se quedaron cortas. Nadie era capaz, con el primer caso, de pensar que llegaríamos a tener una pandemia con tantos miles de pacientes ingresados en el hospital», ha señalado el jefe de sección del Área de Vigilancia Intensiva del Clínic, Pedro Castro.
Es uno de los médicos que, desde principios de 2020, estaban «sobre aviso» en el Clínic, inicialmente el único hospital catalán que hacía los cribados del coronavirus.
A este hospital barcelonés llegaban personas con sospecha de contagio por haber viajado a la zona de Wuhan (China) o al norte de Italia, y a menudo iban directamente desde el aeropuerto con la maleta para hacerse la prueba.
El primer positivo llegó el 25 de febrero de 2020: una mujer de 36 años, de nacionalidad italiana pero residente en Barcelona, que había viajado entre los días 12 y 22 de ese mismo febrero al norte de Italia, a la zona de Bérgamo y Milán.
La incertidumbre de las primeras olas
«Cuando llego el primer caso, hubo un cierto punto de excitación y poco después, viendo los casos de Italia, hubo mucha incertidumbre, que estuvo sobrevolando la primera y segunda ola de la pandemia, cuántos casos habrían, en medio de un gran desconocimiento de muchas cosas», ha rememorado Castro.
En los días posteriores al primer positivo continuó el goteo de casos en el Clínic; al principio llegaban con poca o nula sintomatología, pero al cabo de pocos días se empezaron a detectar cuadros más graves.
Y rápidamente todo se convirtió en un ‘tsunami’ que obligó a sumar el resto de hospitales y a ampliar zonas de hospitalización, incluso en pabellones, sin disponer de los recursos necesarios, ni de personal ni de material (faltaban mascarillas, equipos de protección, respiraderos.. y mucho más).
A principios de abril de 2020 ya se superaban en el conjunto de las UCI catalanas los 1.500 ingresados y los muertos diarios se contaban por centenares, con especial impacto en las residencias de ancianos.
«Todo fue superrápido, fueron semanas que quedan grabadas en la cabeza con la sensación de que fue corto, cuando no lo fue», ha destacado Castro en referencia a la parte más intensa de la primera ola del coronavirus.
El rápido aumento de casos llevó al Gobierno central a decretar el 14 de marzo de 2020 el confinamiento de la población, con el fin de tratar de doblegar la curva de contagios de la primera ola, sin que la gran mayoría de personas -ni siquiera los equipos asistenciales en hospitales y residencias- tuvieran suficiente material de protección, esencialmente mascarillas.
Salir de casa -solo para tareas esenciales como comprar alimentos- con la boca tapada y guantes en las manos se convirtió en una imagen habitual y las calles quedaron desiertas.
Fueron 98 días hasta instaurar una «nueva normalidad» que tuvo que convivir con diversos rebrotes y olas durante más de dos años.
Cinco años después, esas imágenes distópicas ya forman parte del pasado, aunque el virus sigue entre nosotros -a pesar de que este invierno el impacto en Catalunya ha sido mínimo- y aún colean los efectos de la posterior epidemia de salud mental.
El coronavirus también dejó buenas lecciones, como la capacidad demostrada por sanitarios e investigadores para salir adelante trabajando en equipo, la colaboración ciudadana o las herramientas de vigilancia y de alerta desplegadas para responder a tiempo ante nuevas epidemias, ha destacado el especialista en enfermedades infecciosas del Servicio de Salud Internacional de Clínic Àlex Almuedo.
A la pregunta de si esta pandemia puede volver a ocurrir, Almuedo ha afirmado que, con el nivel de movilidad de personas en todo el mundo, cualquier salto de una enfermedad de animal a humano (zoonosis) y que se contagie entre humanos puede expandirse por el planeta rápidamente.
«Puede ocurrir con un virus (como lo es el SARS-CoV-2), un parásito o una bacteria, pero quizás los virus de ARN, que tienen reservorios en animales como murciélagos, pueden mutar en determinadas zonas calientes», ha indicado el experto.
En todo caso, nadie puede pronosticar cuándo puede ocurrir exactamente y aún menos la dimensión de la futura epidemia mundial, así que, por si a caso, siempre hay que «estar preparado», ha concluido Almuedo.