«Me siento prioratina porque he decidido vivir en el territorio»
Fue delineante, y lo que más le gusta del vino «es descifrar qué se ha hecho en los viñedos y en las bodegas hasta el embotellado, cuando reconoces la identidad territorial es mágico»
Vanessa Díaz Meyer (Málaga, 1976) fue delineante y ahora es sumiller. Aficionada a la escalada, hace más de dos décadas, junto a su marido decidieron tomarse un año sabático para escalar en Margalef (Priorat). Así, una década más tarde, el azar la llevó a descubrir y adentrarse en el mundo del vino. Actualmente, trabaja en el Celler de Capçanes en el departamento comercial.
De delineante a sumiller, ¿qué le llevó de un mundo a otro y hasta el Priorat?
Descubrí el mundo del vino por causalidad. Yo soy de Málaga, pero hace 24 años que vivo en Catalunya. Con la crisis de la construcción, mi marido se marchó a trabajar diseñando hormigones en Perú, era un trabajo que le permitía disponer de muchos episodios de tiempo sabático y como ambos éramos aficionados a la escalada, decidimos venir un año a escalar a Margalef, en el Priorat.
¿Cómo conocen la localidad?
El sector de la escalada era un mundo muy pequeño donde la gente hablábamos de las zonas de escalada nuevas, hace 24 años Margalef se convirtió en uno de mis lugares preferidos donde practicar la escalada. Recuerdo en aquella época a Jordi, el responsable del refugio, que estaba prácticamente solo entre semana; en cambio, ahora la zona disfruta del éxito con los aficionados a la escalada y el resto de la comarca con la eclosión del mundo del vino.
Por sus raíces, tienen una forma de ver el mundo diferente.
Simón es medio británico y vasco y yo medio danesa y andaluza, así que nuestra manera de ver el mundo es muy global. Nos hemos mudado juntos 14 veces de casa. El resto de mi familia está en Dinamarca. Estamos muy acostumbrados a movernos, ya que nuestra casa está donde estamos nosotros tres, mi marido, mi hijo Oliver y yo.
Una década después del año sabático, decidieron trasladarse definitivamente a Margalef y el azar quiso que descubriera el mundo del vino.
Así es, un día, al salir mi hijo de la escuela, una madre me comentó que en la bodega en la que trabajaba buscaban a alguien para hacer visitas.
¿Y cómo fue esta primera experiencia?
Me gustó mucho. Un día una de las visitas, que era un chico enólogo en una bodega vecina y su pareja, y me comentaron que ella estudiaba vitivinicultura, en la Escola d’Enologia de Falset. Así que fui a ver el centro y no me lo pensé dos veces a la hora de matricularme para cursar un ciclo formativo. Unos meses después tuve la oportunidad de entrar a trabajar en el Celler de Capçanes, lo que me dificultó compatibilizar el trabajo, los estudios y mi familia. Así que solo pude seguir con un par de asignaturas.
¿Qué recuerdos tiene?
Muy buenos porque mantengo el contacto con muchos de los compañeros, la mayoría son amigos que se han quedado en el Priorat y a los que aprecio mucho.
La primera etapa en el Celler de Capçanes duró casi cuatro años.
Sí. Pasado este tiempo, decidí marcharme porque sentía que necesitaba hacer algo más, explorar otras facetas en el ámbito laboral del vino. Aunque he de decir que durante el tiempo que he estado fuera de la bodega, la buena relación con Capçanes siempre ha continuado, manteniendo el contacto y un vínculo muy bonito con la bodega.
Coincidiendo con esta etapa decidió estudiar sumillería.
Así es. Decidí que debía estudiar sumillería, aunque si hubiese tenido veinte años menos me hubiese decantado por formarme en la parte más técnica de una bodega.
¿Por qué?
Vivo en el Priorat y lo que más me gusta del vino es descifrar qué se ha hecho en los viñedos y en sus bodegas hasta el embotellado, cuando reconoces la identidad territorial en un vino es mágico. Catar vinos es un constante descifrar, diría que estudié sumillería en la URV porque necesitaba estar con gente con quien catar y continuar aprendiendo. Catar y escalar son análogas porque has de descifrar incógnitas que requieren de la capacidad de abstracción, la diferencia es que catando vinos no te caes y en la escalada sí.
Después inició otra etapa como operaria de bodega.
Sí, esta vez entré en un nuevo proyecto en Gratallops para ayudar en bodega al enólogo, aunque los dos acabaríamos implicados en muchos más aspectos, desde la construcción de la nueva bodega, su administración, la creación de la marca y finalmente la salida de la primera botella al mercado. No me imaginé que llegaría a tocar tantos aspectos en una bodega, así que puedo decir que este ha sido mi mayor reto y la mejor escuela.
Finalmente, regresó al Celler de Capçanes.
Sí, esto coincide con la pandemia y claro, un momento de mucha incertidumbre. En Capçanes necesitaban a alguien para cubrir el puesto de delegado comercial, esto era totalmente nuevo para mí, un nuevo reto y pensé que podría ser una gran oportunidad. Decidí regresar a casa.
No se arrepiente de la decisión.
Fue una decisión muy acertada que me sigue sorprendiendo y me hace muy feliz. Estas cosas solo pueden pasar en un territorio como el Priorat, es decir, que te vayas de un lugar y que cuatro años después vuelvan a recibirte con los brazos abiertos, es un regalo.
En un futuro, ¿qué regalo le gustaría dejar a quien ocupe su lugar?
Que la continuidad para la persona que me suceda sea tan agradable como lo es para mí. Los compañeros que han pasado por la bodega han hecho un trabajo excelente del cual yo hoy puedo disfrutar y por ello también doy las gracias, así que ojalá quien me sustituya pueda disfrutar de lo mismo que yo ahora.
En todo este tiempo en el Priorat, ¿qué le ha hecho más feliz?
El paisaje, me sorprendo cada día que lo cruzo para ir a casa, es un escenario de cambiante belleza. También mi trabajo, soy afortunada de hacer algo que me gusta en un sitio que me gusta.