Rosa Maria Martí: «En casa somos muy queseros»
Siente devoción por el Stilton inglés y el Pecorino sardo. Los domingos, el vermut es sagrado y para acompañarlo siempre tiene berberechos en el frigorífico
Buscando en el baúl de los recuerdos, cualquier tiempo pasado nos parece mejor. Volver la vista atrás es bueno a veces, mirar hacia delante es vivir sin temor. Salvando las distancias con la canción que en 1969 popularizó Karina, abrir, de par en par, la nevera de Rosa Maria Martí (57 años), cocinera del restaurante La Giberga de Reus, es una oportunidad para revivir recuerdos y mirar adelante sin temor.
«En casa solo desayunamos y cenamos», explica la chef. Como cabe esperar, puesto que a la hora de comer, Martí está tras los fogones del restaurante que abrió hace doce años.
Un surtido de embutidos ocupa un lugar privilegiado en las baldas del frigorífico. «Siempre tengo jamón dulce y queso. En casa somos muy queseros. Cuando vamos de vacaciones siempre compramos cuñas envasadas al vacío», dice.
Se le hace la boca agua con el queso azul Stilton -el rey de los quesos para los ingleses- y el Pecorino de Cerdeña. Salta a la vista, por sus dimensiones, una cuña de Parmigiano Reggiano. «Nos la trajo una amiga de una quesería de Parma», explica Martí. Un suvenir que huele que alimenta. Cerca se ve una tarrina de queso con aceite, que hipnotiza por su color dorado. También hay un hueco para tuppers con comida que le ha sobrado en el restaurante. Tiene una escudella lista para llevar y comer. «Mi marido come fuera de casa, así que los lunes traigo fiambreras para el martes, miércoles y jueves», explica Rosa Maria Martí. Mujer precavida vale por dos.
Tampoco titubea a la hora de hablar de sus yogures preferidos, que tienen su lugar en el refrigerador. «Soy muy tiquismiquis. Me gustan los de sabor a limón y los naturales de Can Corder», dice, mientras reconoce que es lo que primero le suele caducar. Comparten estante con un bote de aceitunas caseras porque, como era previsible, «el domingo es sagrado hacer el vermut». Así, en la puerta del frigorífico hay una exquisita selección de berberechos, mejillones, calamares rellenos y sardinas en aceite de oliva.
Frutas y verduras aportan un toque de color. Pimiento rojo y amarillo, col, judías verdes o tomates son un atajo saludable para cenar: «Por la noche optamos por un caldo o verdura o pescado, y algo de fruta», explica Rosa Maria Martí, quien en la cocina tiene dos soperas de gran valor sentimental. Dos piezas de museo: «Para preparar sopa de cebolla utilizo un cazo de los años setenta, en cambio la escudella la sirvo en otra que tiene más de cien años».
Desperdicio
Concienciada sobre el desperdicio alimentario, es comedida a la hora de comprar fruta: «Si son cinco los días que cenamos en casa, compro cinco piezas de fruta para que no se estropee». Tampoco le gusta guardarla en el frigorífico, al igual que el chocolate. Sorprendentemente, sí que tiene un recipiente hermético con café molido.
Por deformación profesional, «tengo por costumbre mirar los displays de la nevera: el frigorífico está a 3 °C y el congelador a -19 °C». Y nunca abre la nevera porque sí: «Cuando la abro sé lo que voy a buscar, porque siempre sé lo que hay». Tampoco es de esas personas que asalta el frigorífico por la noche.
Echando la vista atrás, la nevera de la cocinera del restaurante La Giberga no es la misma que hace diez años. «Entonces, nuestro hijo vivía con nosotros, y estaba más llena», bromea. Lo que no ha cambiado es el día que dedica a hacer la compra: «Aprovecho o los lunes por la tarde o los martes porque es el día que el restaurante está cerrado».
Rehúye el impulso de llenar el carrito de la compra: «No me gustan las grandes superficies porque no encuentro nada, me pierdo por los pasillos. Prefiero comprar lo que necesito en los comercios locales», explica, en actitud de defensa de «la atención personalizada, cercana y de la reciprocidad entre negocios». Se lo decía su padre: una mà renta l’altra i, totes dues, la cara. Toda una lección de vida.