Lo malo que tienen las ‘recetas’ de management es que pretenden ser de aplicación universal. Son consideradas ‘grandes verdades’ de las que nada ni nadie puede escapar. Pero a menudo olvidamos que los humanos somos distintos, incatalogables, únicos.
Tal es la cuestión con la denominada ‘procrastinación’ (palabra, por cierto, horrible). Se supone que procrastinan aquellos que retrasan acitividades ‘importantes’ y las sustituyen por otras más agradables. Se da por supuesto que las personas que actúan así lo hacen por miedo o pereza (note el lector que ambos son atributos negativos).
Sucede que, sin embargo, para bastante gente, hacer las cosas con antelación o “cuando toca” no acostumbra a ser una buena idea. Su funcionamiento cerebral les induce a aplazar, ya que para ellas es importante que los pensamientos vaguen por la mente durante un cierto tiempo (incubación) y acaben floreciendo de manera súbita e inesperada.
La neurociencia está empezando a comprender estos fenómenos. Las personas que así se comportan tienen el perfil llamado ‘espontáneo’. Son poco secuenciales y ordenadas, no acostumbran a estar concentradas mucho tiempo y tienden a ser intuitivas y altamente imaginativas.
Para estas personas no procrastinar puede ser un desastre. Las obliga a hacer cosas cuando no sienten que deben hacerlas. Las obliga a imponer un orden externo a su desorden interno. Ya sabemos que cierto tipo de desórdenes pueden ser mucho más ordenados de lo que se piensa. Recuerdo el excelente libro Ensayos sobre el desorden de Xavier Rubert de Ventós.
Creo que muchas personas no planificamos porque actuamos de otra manera. Acumulamos datos de todo tipo en nuestra mente que van mezclándose y reorganizándose y, cuando llega la fecha límite, entran en armonía de forma casi automática y lo que parecía un caos se convierte en algo perfectamente estructurado. El problema surge cuando nos obligan a revertir este proceso.
Bastantes de los grandes genios eran grandes procrastinadores: Leonardo da Vinci, Steve Jobs, Luther King... Probablemente muchos de ellos, igual que nosotros, convertían la pereza en un gran placer, sabiendo que a veces juega a nuestro favor. Sentimos pereza por hacer algo porque sabemos, en nuestro fuero interno, que cuanto más tiempo pase saldrá mejor. Precipitarse y querer ser escrupulosamente ordenado puede ser catastrófico para muchas personas.
Mi sugerencia es que deberíamos poder analizar qué efectos tiene en nosotros el procrastinar. Si son negativos, hay que resolverlo. Pero si son positivos, ¡procrastinemos sin sentirnos culpables! No hay nada peor que seguir un consejo genérico que pueda desviarnos de nuestra esencia como personas. Disfrutemos de nuestro miedo y nuestra pereza.
Franc Ponti: Profesor de innovación en EADA Business School.