En el marco de los webinarios organizados por la European Newtwork for Housing Research (ENHR) sobre cómo la Covid-19 ha afectado la vivienda, el grupo de trabajo sobre personas mayores organizamos un webinario sobre cómo la Covid-19 ha afectado los mayores y sus viviendas con comunicaciones de Nueva Zelanda, Japón, Finlandia, Suecia y España.
Fueron distintos los temas que nos sorprendieron, como por ejemplo, como las medidas en Nueva Zelanda que incluían incluso herramientas de móvil para la trazabilidad. Sin embargo, también las condiciones de las viviendas afectaron los adultos mayores en este país; la falta de espacio y privacidad derivadas de la necesidad de trasladarse a vivir con familiares y, sobre todo, se acentuó la situación de inseguridad y desprotección legal del colectivo de inquilinos.
En Japón la salud física y mental de las personas mayores que vivían en residencias se vio afectada a raíz del confinamiento. La pérdida de los hábitos cotidianos, como levantarse, cambiarse de ropa, salir de la habitación o las duchas dejaron de hacerse. Sin embargo, las conversaciones entre residentes aumentaron, lo que ayudó a disminuir los niveles de estrés.
En todos los países surgió el tema de la soledad de los adultos mayores, sorprendió como diferencia cultural, entre los países nórdicos y el sur de Europa, el hecho que en Finlandia los adultos mayores afirmaban tener la percepción que la vida no les había cambiado, ya que continuaban viviendo aislados y llevando la misma vida sin contactos personales y con distancia social como antes. Una de las conclusiones del webinario fue cómo las condiciones de la vivienda influyeron en un mayor o menor contagio de los mayores y en su bienestar a pesar de la pandemia. En los estudios suecos se destacó cómo las casas multigeracionales favorecían el contagio al convivir con personas que salían a trabajar. Las residencias de mayores fueron también uno de los focos de mayor contagio debido a la fragilidad de los propios residentes y también la falta de espacio en los edificios. Ello se destacó como un elemento que ha afectado a toda Europa, en especial en aquellos centros donde los espacios comunes de convivencia son pequeños. En España y Cataluña incluso se comparten habitaciones y el sistema integral de cuidados no está suficientemente desarrollado e implantado.
Un elemento común positivo y esperanzador en todos los casos analizados es la respuesta solidaria de la sociedad civil, tanto a través de las organizaciones del tercer sector, como de organizaciones ciudadanas más informales. El ‘espíritu de ayuda’ y resiliencia de los mayores que destacaban en Japón o los ositos gigantes que ponían en las ventanas en Nueva Zelanda para saludar a las personas mayores que salían a la calle a dar pequeños paseos, para decirles de forma simpática que no estaban solos.
A grandes trazos podemos concluir que las condiciones previas que afectaban a las viviendas, como las condiciones de ‘no espacio’ y hacinamiento o unos sistemas débiles de protección en el arrendamiento se han acentuado con la pandemia junto con las desigualdades sociales. También la soledad ya existente entre los mayores se ha exacerbado y aquellos países donde culturalmente el acercamiento social, el abrazo, el roce es mayor se han visto más afectados por la pandemia, junto a unos Estados de bienestar y sistemas de cuidados cada vez más precarios. A pesar de todo, un elemento de esperanza surgió en todas las presentaciones desde Oceanía, Asia y Europa: la pandemia también ha generado muestras de solidaridad hacia los mayores con el objetivo de poder al menos aliviar sus efectos. Esperemos que ello no sea solo una golondrina de verano y el debate social y la solidaridad ciudadana continúen.
Blanca Deusdad es miembro de la Cátedra UNESCO de vivienda (URV) Dep. Antropología, Filosofía y Trabajo Social