He leído Lecciones de química casi por casualidad, ya que elegir hoy qué leer es tan difícil como elegir un restaurante, una película o una serie: la oferta es inagotable y se renueva constantemente. Lo escribió Bonnie Garmus, una californiana directora creativa, que lanzó este su primer libro en el 2022 y su éxito ha sido apoteósico.
La verdad es que es sorprendente porque relata la vida de Elizabeth Zott convirtiéndola en un manifiesto de la realidad del feminismo con una pasmosa simplicidad y atracción. La protagonista se describe a sí misma como química o científica y hace un alegato a la necesidad de desarrollar la ciencia para hacer avanzar a nuestro planeta, a la vez que para poder explicar la vida cotidiana a base de realidades comprobadas.
Leerlo es un placer porque nos hace descubrir a una persona que trabaja duramente y es despedida cuando su jefe le roba y publica sus descubrimientos con su nombre ninguneándola y ejerciendo el poder del más fuerte. Su siguiente trabajo es en una cadena de televisión, donde explica cómo cocinar explicándolo desde la química de los alimentos y los procesos. Les aseguro que es muy sorprendente y ameno.
Pero ¿qué tiene que ver ese libro con los negocios? Me fascina la forma de pensar de la escritora porque nos presenta a una mujer de los años 60 que actúa como un hombre sensato e inteligente de esa época. No es tanto lo que hace sino el cómo se plantea la vida, su sinceridad porque no tiene nada que ocultar -lo que llamamos hoy transparencia- y un convencimiento en la forma de trabajar y ser que conmueve.
Una persona infatigable que enseña palabras a su perro -más de 500-, que entiende perfectamente, que lee a su hija libros desde muy pequeña, pero no solamente libros infantiles, sino que rápidamente pasa a novelas interesantes que la pequeña Mad devora apasionadamente. Plantarse y no rendirse ante las tradiciones y costumbres que nos invitan a comprar rosa si es niña y azul si es niño. Tratar a una niña como a un pre adulto o un perro reconociendo y buscando el límite de sus posibilidades me ha hecho recordar algo que tantas veces hemos discutido en clase: nos hemos acostumbrado a ver a los demás en niveles por debajo de los que podrían tener; les degradamos para parecer más fuertes nosotros.
Recuerden que a las mujeres las veían hace pocos años como incapaces de realizar determinadas funciones directivas o jugar a determinados deportes. Muy pocos se preguntaban si podían desarrollar su talento hasta niveles que parecían inconcebibles según la lógica machista. Leerlo con tanta claridad me hace pensar que la función del liderazgo es apartarse de lo que los anglosajones denominan: ‘hands on’ (estar en todo) para dedicarse a desarrollar a las personas que forman su equipo y formular las estrategias de crecimiento, de reputación y de sostenibilidad que son absolutamente imprescindibles hoy.
Contemplar a muchos ejecutivos que en vez de pensar en los demás, lo que hacen es controlarles para que lo hagan a su manera, y basar la evolución de esas personas y sus evaluaciones en tratar de pulir los defectos y nunca abriendo puertas para ayudarles a desarrollar sus virtudes. Pero para el líder, es más fácil dedicarse a demostrar que es el más listo de todos y por lo tanto quien puede tomar todas las decisiones difíciles, sin darse cuenta de que son precisamente esas decisiones las que deben tomar sus ejecutivos. Así puede apuntarse los tantos, explicarlos y crearse una reputación a lo grande.
Sin embargo, los buenos líderes, los que se dedican de verdad a desarrollar a los demás, son más anodinos, menos vistosos y espectaculares, pero a muchos, cuando han llegado a ese nivel de sueldo, despacho y coche, les es muy difícil quedarse en segundo plano.
Me encanta esa Elisabeth que siendo mujer en una época en que todavía había muchas limitaciones que se daban por supuesto, tiene narices de llamar a las cosas por su nombre y hacer un programa de televisión que ella cree y siente que va a enaltecer la mente de las mujeres y mejorar su autoconfianza.
Al contrario de otros, ella cree que el nivel de las mujeres es muy superior al de esas que cocinan para satisfacer a su familia, y las provee de todos los argumentos imbatibles para cocinar como profesionales y hacer lo que les parece mejor. Porque ellas son quienes no simplemente deben ejecutar sino quienes deciden.
Se lo recomiendo. ¡No se lo pierdan!
Xavier Oliver es profesor del IESE Business School