Decíamos el mes pasado que, más allá de la evidencia anecdótica, todavía no teníamos datos económicos en China para juzgar el impacto de la reapertura, pero durante las últimas semanas sí que hemos ido conociendo datos de actividad para enero y febrero y lo que muestran es poco alentador.
Una primera señal nos la han dado las importaciones de China, que marcan el vigor de la demanda interna. En los dos primeros meses del año, la caída interanual de las importaciones se aceleró, del -7,5% en diciembre hasta un -10,2%. En término reales (teniendo en cuenta la caída de los precios de importación) el deterioro fue menor, pero aun así supone una decepción respecto al incremento de la demanda que se esperaba.
No es fácil determinar si el deterioro es únicamente por la demanda interna o por una caída en las importaciones para fabricación y reexportación (el impacto de la desglobalización), pero ninguna de las explicaciones es buena para el crecimiento en China. Una señal de que el problema viene más por la demanda doméstica nos la da la venta de automóviles, el dato de enero supone el más bajo para ese mes desde 2013, y lo que las ventas semanales apuntan para febrero indica que la tendencia no mejora demasiado.
La debilidad de la actividad económica después de la reapertura no ha servido de acicate para la política económica; los planes económicos que se detallaron en el Congreso Nacional del Pueblo son más cautelosos y moderados de lo que se esperaba. El objetivo de crecimiento para el PIB se fijó en el 5% y, dado que en 2022 la economía estuvo lastrada por las restricciones del Covid Cero, ese crecimiento debería conseguirse aun sin estímulos de ningún tipo.
Los problemas estructurales de la economía china, de los cuales el menor no es una política crecientemente ‘maoísta’, no se alivian, más bien al contrario. Aquí también seguimos el guion de la Parábola de los Talentos.
Joan Bonet, de CaixaBank Banca Privada