Los grandes torneos de selecciones no suelen producir partidos rebosantes de emoción, alternativas y goles. Las montañas rusas son una excepción en la era moderna del fútbol. La regla, que es como decir la ortodoxia, son los duelos muy encarrilados desde la pizarra en los que el juego transita por terrenos llanos y sin demasiados baches. España, sin embargo, selló su pase a los cuartos de final de la Euro brillando en la locura, imponiéndose a Croacia en un partido trepidante que tuvo que decirse en la prórroga. La Roja parecía tenerlo hecho después de protagonizar una magnífica remontada, pero en la recta final dejó escapar dos goles de ventaja y se condenó a media hora más de sufrimiento. El equipo de Luis Enrique llegó inevitablemente tocado a la prórroga y lo pasó muy mal en los primeros compases -Unai Simón salvó el 4-3-, pero su reacción fue espectacular y acabó sentenciando con dos goles de Morata y Oyarzabal. El partido, volcánico y divertido, desconcertante en amplias fases, no dejó de ser un retrato fiel del equipo español, que aúna excelentes virtudes con defectos notables pero sabe ser competitivo a su manera.
¿Cómo? Asumiendo riesgos, brillando y apagándose, pero siempre con ambición y ganas de comerse el mundo. La victoria le hizo justicia. España fue superior y, si se complicó tanto la vida, hasta el punto de la taquicardia general, fue porque Unai Simón regaló un gol de forma absurda en el minuto 20 y porque los croatas nunca se rinden y acabaron aprovechando los desajustes defensivos de su rival en los minutos finales. Por lo demás, La Roja solo dejó buenas noticias. Hasta los cambios que introdujo Luis Enrique en el once, que en un principio parecieron un ataque de entrenador, acabaron funcionando. Gayà y Ferran Torres respondieron con nota y el seleccionador pudo volver a presumir de que dispone de un grupo largo, unido y solvente.
La locura propiamente dicha comenzó en el minuto 20, cuando Unai Simón cometió un error de juzgado de guardia. Ya se le han visto varios esta temporada, pero Luis Enrique confiaba en que no los repitiera en la hora decisiva. Pero no. Parece que el portero alavés todavía es incapaz de evitar gruesos errores de cálculo y sobradas suicidas. Su manera de perfilarse y dejar solo el pie en la trayectoria hacia la portería de un balón que venía tan tocado y encima teniendo el sol de frente fue algo incomprensible. Por fortuna, España remontó y él protagonizó dos paradones cruciales, uno de ellos al comienzo de la prórroga, pero el mazazo del 1-0 fue brutal. La Roja quedó noqueada un buen rato pensando en las injusticias de la vida y Croacia vio de repente la luz tras unos primeros veinte minutos en las que había recibido un repaso en toda regla.
Esto último era una evidencia de lo más satisfactoria. El equipo de Luis Enrique estaba jugando su mejor partido de la Eurocopa. El fútbol fluía con criterio. Laporte salía bien con el balón y Busquets y Pedri cosían el juego con calidad, mientras Koke iba y venía buscando buenas llegadas. Suya fue la primera gran ocasión tras un gran pase de Pedri. El centrocampista del Atlético, sin embargo, falló en el mano a mano con Livakovic. Poco después fue Morata el que desperdició otra clarísima oportunidad cabeceando mal, al cuerpo de un defensa, cuando lo tenía todo a su favor. España volvía a sufrir de su mal endémico pero su fútbol prometía. Y volvió a prometer cuando los jugadores se levantaron de la lona. Sarabia empató en el minuto 37 y todo quedó igualado y abierto.
Ida y vuelta. Croacia adelantó la presión en el arranque de la segunda parte. Decidió por fin asumir algunos riesgos y embarcarse en un choque de ida y vuelta. Su decisión contribuyó al espectáculo, sin duda, pero a un precio caro. Y es que el talento de los jugadores de Luis Enrique, siempre con Busquets y Pedri al mando de las operaciones, se impuso sobre el césped del Parken Stadium de Copenhague. La defensa de la 'sahovnica' comenzó a sufrir y acabó encajando el segundo gol en una jugada que coronó a Azpilicueta. Tras recibir de Unai Simón, se fue hacia arriba rompiendo líneas y acabó llegando al área pequeña para cabecear un centro perfecto de Gayà.
El partido terminó de romperse. Gvardiol obligó a lucirse a Unai Simón en el minuto 67. Las dos defensas eran vulnerables y eso prometía sensaciones muy fuertes. Aunque no tantas, ciertamente, como las que acabaron llegando. Y es que después de que España marcase el 3-1 a un cuarto de hora del final tras un despiste de la zaga croata -Pau Torres sorprendió con un saque de falta rápido a Ferran Torres, que fue implacable en el uno a uno contra Livakovic- todo pareció sentenciado. Falsa impresión. El equipo de Zarco Dalic, muy mejorado con las entradas de Orsic, Pasalic y Budimir, no quiso rendirse.
Es algo que no entra en su código genético. Y su ambición desesperada tuvo premio. Desgastada físicamente, España no supo congelar el partido y acabó encajando dos goles, el último en el tiempo añadido. La prórroga se convirtió por tanto en un durísimo examen de consistencia mental para la tropa de Luis Enrique. Sus rivales eran más experimentados y tenían el viento del ánimo a favor. Las dos primeras ocasiones de la prórroga fueron suyas y fue inevitable temerse lo peor. Esa lógica, sin embargo, no tardó en estallar por los aires y volvió a imponerse la locura. Contribuyó a ella Dani Olmo, muy punzante desde que saltó al campo. Suyos fueron los pases que Morata, cuyo despliegue fue soberbio, y Oyarzabal aprovecharon para poner el 3-5 definitivo. Ocho goles, en fin, que pudieron ser más porque los croatas tuvieron cerca el cuarto y España falló hasta en tres ocasiones el sexto. Será difícil volver a ver algo tan divertido.