El calendario le pedía al Reus un esfuerzo emocional extra. En siete días se ha medido a Liceo, Porto y Barça, tres de los mejores equipos del continente. Los dos primeros envites los había saldado con matrícula de honor, dos éxitos incontestables. Quedaba el colofón, el éxtasis definitivo para una semana fantástica.
Anduvo cerca el equipo, que compitió de nuevo con una personalidad deslumbrante en un clásico del panorama nacional en el que uno de los dos protagonistas iba a perder la virginidad. Reus y Barça se presentaron en domingo impolutos de derrotas, con la etiqueta de invictos en su hoja de servicios. Primero contra segundo, los dos en un estado de forma propicio.
El Barça se lo llevó en la recta final, donde manejó mejor los detalles, seguramente porque la fatiga no le condicionó tanto. El Reus alcanzó los minutos de la verdad, con el marcador en un alfiler, muy en el límite, no solo físico, también psicológico y vio como el clásico se le escapaba en un suspiro. En un simple resquicio.
Y eso que su arquero, Càndid Ballart, firmó una exhibición de manual, se ha acostumbrado a rendir al nivel astral de las estrellas de la portería. El éxito del equipo de Garcia reside, en parte, en la evolución de Càndid, que seguramente disfruta de la plenitud deportiva. Sin duda, firma su mejor curso desde que aterrizó en la capital del Baix Camp.
Cualquier escuadra que aspire a los títulos necesita de un guardameta de primer escalafón, en el hockey resulta imprescindible este condimento. El Reus ya lo tiene como hace años que los disfruta el Barça. Ni que hablar de Sergio Fernández en la otra orilla. Lo suyo forma parte de la rutina de comportamiento.
Máxima igualdad
Esta vez, el duelo en las alturas careció del ritmo vertiginoso que los dos impusieron no hace tanto, en el precedente de Champions que se llevó el Reus. El juego se interrumpió con frecuencia en la puesta en escena, los dos actuaron más comedidos, menos dados al riesgo y eso, en parte, le restó algo de picante al espectáculo.
En todo caso, todo lo relacionado con el orden y la organización le beneficiaba al equipo de Garcia, en un intercambio de golpes todavía hoy sale perdiendo ante el Barcelona. Se contó poco caudal ofensivo en las dos áreas, cualquier atisbo de peligro moría en las guardas de Càndid y Sergio Fernández, que transmitían seguridad a raudales. Parecía que paraban sin sudor en la frente, con el alma de hielo. Dieron un curso gratuito de saber estar.
Otra aparición deliciosa
Curiosamente, la mejor ocasión la gozó el canterano Carles Casas, otra aparición rutilante, aunque todavía tierna. Debutó hace una semana en Riazor y Garcia le otorgó de nuevo chance, esta vez, ante un Palau inundado de un público entusiasta. Carles se quedó solo ante Sergio Fernández y le intentó superar a través de la técnica de arrastre, rozó el ángulo. No atrapó la gloria. Eso sí, como el destino se hace a menudo caprichoso, el joven se convertiría en protagonista.
Carles Casas exhibe unas condiciones ideales para la élite, polifacéticas. Puede actuar por dentro y por fuera y ya ha hecho currículum en las categorías inferiores de la selección. El escenario no le pesó. Como Guillem Jansà han llegado para quedarse, aunque pedirles que definan grandes tardes tampoco es lo más adecuado. Precisan de un tiempo prudencial para el despegue definitivo.
El respiro no sumaba goles al marcador, poco habitual en un Reus-Barça, porque el talento muchas veces se impone a cualquier sistema defensivo. En esta ocasión, los aciertos se hicieron esperar y no abundaron.
El Barça cometió la décima falta en el arranque del segundo capítulo y sorprendió que Garcia se arropara en Carles Casas para convertirla. Al reusense no le tembló el pulso, todo lo contrario. Demostró que anda acostumbrado a estas situaciones. Se descubrió como especialista, porque perforó a Fernández con un toque sutil. Cuando el meta se movió, clack. El 1-0 encendió al Palau, que se relamía con otra hazaña de su equipo.
Oruste, poco después, escupió la pelota al poste antes de que el Barcelona inaugurara su ofensiva definitiva. Erró un penalti y un tiro directo el equipo azulgrana, poco normal en él. En cambio, Matías Pascual en un rechace de apariencia estéril igualó.
Decantó el clásico Pablo Álvarez a tres minutos para el cierre. Lo hizo con un movimiento delicioso, propio de un interior primera espada. El bloqueo y la continuación le sirvió para cogerle la espalda a Jansà y rematar de primeras. Valió un clásico.