Josep Royo es uno de los artistas cuyas obras hemos disfrutado en más ocasiones, sin embargo, su autoría es pasada por alto a menudo, eclipsada por el prestigio de sus colaboradores. Con solamente 14 años, Royo descubrió su inquietud artística trabajando en la fábrica de tapices y alfombras Aymat, en Sant Cugat del Vallès, donde aprovechó para cultivar la instrucción de los entramados textiles. Desde entonces, su trayectoria como creador se fue extendiendo hasta convertirse en uno de los artistas de ámbito internacional más imprescindibles del país, destacando sobre todo en la práctica textil con obras tan reconocidas como el ya perdido tapiz del World Trade Center, que desapareció durante los atentados del 11/S o el tapiz de la Fundació la Caixa, muchos de ellos nacidos en la antigua Farinera cercana al Port de Tarragona. Sin embargo, su nombre es desconocido por la mayoría, o si se conoce, es para vincularlo a la figura del emblemático Joan Miró.
La suerte más desafortunada del barcelonés ha sido trabajar con el maestro Miró, que proyectó su concepción artística, a la vez que condenaba a que el nombre de Royo trabajase en la memoria colectiva siempre a su sombra. Este abandono hacia la personalidad de Royo no es, por supuesto, un acto a voluntad del glorioso Miró; Royo afirma siempre la buena relación que mantuvieron siempre ambos, recordando sus colaboraciones con estima y añoranza. A sus casi 80 años, Royo ha sufrido la escisión entre arte y artesanía exarverada a lo largo del pasado siglo; la separación entre oficio y genio, creador y trabajador. Con la llegada de la modernidad, y en particular de las vanguardias, se negó la necesidad del oficio como una característica más de la condición de artista. La llegada de la industrialización y la producción serigrafiada de los productos elimina la concepción tradicional donde el artista debe adquirir el dominio del oficio y su función puede simplificarse en el ingenio imaginativo de la creación sempiterna. Para el artesano, la técnica es la base de su oficio, mientras que para el artista es un medio voluntario en un mundo donde la pericia es dominada (y de manera más eficaz y acelerada) por las máquinas.
Esta nueva visión sobre los conocimientos técnicos relega las artes como la orfebrería o el textil a un género menor del ámbito artístico asociado con la feminidad, haciendo que muchos de sus grandes exponentes desaparezcan entre las voces del mercado. El debate perdura hasta la actualidad, enriquecido ahora con el polémico uso de las inteligencias artificiales, y cómo éstas afectarán al mundo de la cultura. Como siempre, el arte plantea cuestiones y problemáticas que nos hablan de la sociedad que lo engendra, pero estas muchas veces no tienen una respuesta precisa. Después de que Miró quedase anonado ante una de las piezas de Royo expuestas en la galería Joan Gaspar de Barcelona, el año 1970 empieza la colaboración entre este binomio de artistas catalanes con la creación de El Tapís de Tarragona, a pesar de que el maestro tapicero sea a menudo borrado de la historia que concibió la producción de la obra textil de Miró Sobreteixims. A pesar de esto, Royo mantuvo una actividad propia muy prolífica, llegando a exponer en algunas de las salas más importantes del momento como la Galería Joan Gaspar o la Martha Jackson de Nueva York entre muchas otras.
Su obra no destaca solo por una gran riqueza material y maestría técnica junto con una provocación a veces tosca, sino que es, además, un diálogo entre su yo interno y el mundo que le rodea: entre los trenzados de sus tapices y las veladuras de sus pinturas se puede leer el nacimiento de un hijo, la sombra de una dictadura y la significación de un mundo que cambia a cada vez más velocidad.
Las piezas denotan un gran dominio de la urdimbre, la composición y lo vibrante de sus coloridos junto a una capacidad extraordinaria para incorporar elementos y materiales que no se asocian con el arte textil. Casi como una revolución personal, Royo rompe con lo establecido con una plástica impecable y no se entierra en el tapiz para encontrar su propio lenguaje pictórico entre telas y cosidos y poder así aplicarlo a su verdadera pasión; la pintura.
Aun así, Royo queda como uno de los referentes postergados más destacados de la Escola Catalana del Tapís junto a Josep Grau-Garriga, Dolors Oromí y Maria Assumpció, entre otros perdidos por el público en el ávido paso del tiempo. El año pasado, el MAMT (Museu d’Art Modern de la Diputació de Tarragona) realizó un estudio sobre el artista para generar un fondo documental, el primero y hasta ahora único, y restituir fragmentos de su obra en gran parte perdida ante las inclemencias del paso del tiempo y el olvido. El proyecto culminó con una exposición que reivindicaba la figura del artista y su influencia en la ciudad y devuelve el foco a la discusión sobre la importancia de la documentación también aplicada a los artistas cercanos y su magna relevancia en la construcción de identidad local.
Actualmente, El Tapís de Tarragona sigue luciéndose tras una exhaustiva restauración como una de las obras magnas del museo e icono de la ciudad, símbolo de la comunión creativa entre dos grandes artistas, pero llora la reiterada omisión, casi comercial de una parte, fundamental, esencial, y, sobre todo, vital de su carácter sensacionalmente expresivo.
Josep Royo. Biografía
Josep Royo nace en una familia de artesanos y queda huérfano de padre a temprana edad. Asé, se trasladó a Sant Cugat del Vallès, donde empezó su formación artística en la escuela de dibujo local. A los 14 años empezó a trabajar en la Fábrica de Tapices Aymat, que posteriormente se convirtió en la Escuela Catalana del Tapiz, donde aprendió la técnica de Vicente Pascual. Además, estudió en la Escola Massana de Barcelona, y entró en contacto con Joan Miró, quien le invitó a colaborar. Su primera colaboración el 1970 con Miró presentada en la Sala Gaspar le abrió puertas a cooperaciones con otros artistas de renombre como Antoni Tàpies. Además de su carrera como artista, Royo también ha trabajado como profesor en la Escuela de Tapicería de Tarragona.