Gaudí, el hombre

Xavier Güell, descendiente del mecenas del gran arquitecto, se adentra en la vertiente humana del reusense

15 junio 2021 12:18 | Actualizado a 16 junio 2021 06:20
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«Antoni Gaudí es un personaje con muchas aristas y contradicciones. Por un lado, muy espiritual. Es cierta esta idea de él que se nos ha dado. Pero por otro, es de un erotismo increíble, que se ve reflejado en su obra». Son palabras de Xavier Güell, director de orquesta, promotor musical y escritor, quien se adentra en la figura más humana del arquitecto, en sus luces y sombras, en el volumen Yo, Gaudí, publicado por Galaxia Gutenberg en catalán y en castellano.

Ficción y realidad se confunden en un relato epistolar novelado, narrado en primera persona, en el que el reusense traza sus sentimientos, sus pasiones, inquietudes y desasosiegos. «Es una reflexión personal mía», apunta Güell, el cual creció acompañado de la figura de Gaudí, un fantasma muy real en su infancia y parte de su adolescencia. Un personaje que era un miembro más de su familia.

Un hombre enamorado
Pepeta Moreu fue la única mujer a la que Gaudí pidió en matrimonio, petición que ella rechazó.

Porque como su nombre indica, Xavier Güell es descendiente directo de Eusebi Güell, conde de Güell, el mecenas y amigo del gran arquitecto, con el que formó un dueto indisoluble que se propuso cambiar la estética de Barcelona para siempre. Eusebi es, asimismo, hijo del torrense Joan Güell i Ferrer, economista e industrial, que iniciaría una de las mayores sagas familiares burguesas catalanas de todos los tiempos. «Mi abuela paterna, Isabel Güell López, era la mayor de todos los hijos del conde de Güell. Era también la preferida de Gaudí porque tenía mucha sensibilidad. Era música y le encantaba la literatura». Mientras, su abuelo paterno también era un Güell, ya que Isabel contrajo matrimonio con un primo hermano, enlace para el que necesitaron una bula papal. 

La historia de Yo, Gaudí arranca con la muerte del genio, de la que justamente el pasado día 10 se cumplían 95 años. Sin embargo, es su nacimiento el que levanta más ampollas, todavía hoy entre dos localidades que se disputan su gloria. ¿Reus o Riudoms? «Él nunca se comprometió a decirlo. Le divertía», asegura Xavier Güell. En cualquier caso, el escritor se decanta por Riudoms. «Había que tomar partido por una de las dos opciones. De todas maneras, lo que siempre se ha dicho en mi familia es que él, al nacer, estuvo a punto de morir. Por lo que inmediatamente le llevaron a la Prioral de Reus para bautizarlo, ya que eran personas muy religiosas y en aquel entonces, un no bautizado era como un no nato».

 

 

Sin embargo, ¿quién era Gaudí? ¿Un genio loco? ¿Un santo?... «Santo, no lo era tanto como se cree. Era una persona complicada. Unas veces arrogante, otras tímido; unas veces altivo, otras en exceso humilde; pero un genio siempre, un genio malhumorado», contesta Güell. En su carácter influyeron sin duda los ataques que recibió durante toda su vida. «Gaudí lo pasó mal porque, como arquitecto, fue objeto de una crítica feroz en vida. Porque era considerado representante de un arte ya caduco y se le veía como un artista del pasado, superado. Gaudí no era apreciado, no era entendido. Incluso Picasso lo criticó. Fue mucho después cuando se le reconoció su genialidad». 

Como buen intérprete de sus personajes, Güell desgrana las virtudes y los defectos del reusense. Y, en Yo, Gaudí plasma, le pese a quien le pese, que era católico, sí; pero también masón, nacionalista y republicano. Y al igual que muchos otros genios, era un mal estudiante, al que le costó acabar la carrera. Curiosamente, una pauta que se repetirá en su obra.

 

«Deja muchos proyectos sin rematar», dice Güell, y enumera «la Casa Milà (la Pedrera), el Palacio Episcopal de Astorga, la Colonia Güell, su obra maestra», o por supuesto la Sagrada Familia, en la que él era consciente de que se necesitarían varias generaciones de arquitectos». Discusiones y desencuentros están en el origen de algunas de estas obras inacabadas por él, siendo el caso más sonado el de la Casa Milà. «Los hechos ocurrieron unos días después de la Semana Trágica, en la que el pueblo se levantó en armas contra la Iglesia Católica. Y justo cuando finalizó, Gaudí pretendió coronar el emblemático edificio con una gran Virgen en la fachada. Pedro Milà, el propietario, se opuso y acabaron en los tribunales, donde ganó Gaudí». 

La relación entre el conde de Güell y Gaudí empezó en el momento en el que Eusebi contempló la vitrina elaborada para la Guantería Comella, expuesta en la Exposición Universal de París, lo que incitó al conde a preguntar por el reusense. Fue el punto de inflexión que cambió la historia. «Güell era un filántropo, buena parte de lo que emprendió tuvo pérdidas, hasta el punto de que cuando falleció, la familia se negó a aportar más dinero para finalizar la Colonia que lleva su nombre».

Paradójicamente, su mayor fracaso es hoy la gran victoria de Barcelona: el Park Güell, pensado inicialmente como una urbanización destinada a las clases altas. «Solo se vendió una parcela, a la familia Trias».

Cuestiones mundanas aparte, Xavier Güell dibuja la contradicción entre el hombre oscuro, del que poco se sabe y su obra radiante, de la que todo se conoce. «Me interesa su ambición por llegar al límite, por traspasar fronteras, por no ser solo lo que uno es, sino lo que puede llegar a ser. Para Gaudí la creación era abolutamente sagrada y estaba dispuesto a dejarse la vida, hasta la última gota de su sangre. Y eso es admirable porque a lo largo de la historia, le pasa a poquísimos artistas», concluye Güell.

 

 

El devenir de la Sagrada Familia, en manos del tarraconense Jujol
Gaudí le había asegurado a su discípulo Josep Maria Jujol que sería su sucesor en el templo barcelonés.

 

«Antes de morir, Gaudí envió una carta al Patronato de la Sagrada Familia en la que nombraba como sucesor al también reusense Domènech Sugranyes i Gras. Un legado que contradecía lo que le había dicho en vida a Josep Maria Jujol, el más joven de sus discípulos y el más genial», destaca Xavier Güell. 

 

Jujol quedó consternado. El tarraconense recibió en herencia 2.000 de las antiguas pesetas, pero no lo que más estimaba, que era la posibilidad de continuar la obra del maestro. «Gaudí incumplió su palabra porque quizás Jujol le parecía demasiado bueno y ahí cometió no solo una equivocación, sino un acto de mezquindad y celos». 

 

El desenlace de las obras de la Sagrada Familia hubiera diferido totalmente del actual de haber sido Jujol el encargado porque, como defiende Güell, «copiar a Gaudí es imposible, una barbaridad». 

El tarraconense empezó a colaborar con Gaudí en la Casa Batlló, en la que se encargó de la decoración de los balcones, elaborada con hierro. También trabajaron juntos en La Pedrera y en la restauración de la Catedral de Mallorca, de donde fueron expulsados. «En la sillería del coro,

Jujol plasmó las primeras pinturas abstractas, pero los sacerdotes no las entendieron y lo echaron. Gaudí lo defendió y ambos se marcharon». 
En Tarragona, Jujol ha dejado, entre otras joyas, el Teatre Metropol y la ermita de Montferri, santuario que inició y que es una pequeña réplica del templo barcelonés.

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