Simon Gray y ‘Diarios de un fumador’, el primer volumen de su gran obra

Tras publicarse en 2004, la obra ha sido traducida por Gatopardo ediciones

25 enero 2025 18:35 | Actualizado a 26 enero 2025 07:00
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“Lo esencial es que aquí uno es solo lo que escribe y nunca lo que reescribe” dice Simon Gray en el primer volumen de sus diarios, Diarios de un fumador, que se publicaron en 2004 y que ahora ha traducido Álex Gilbert para Gatopardo ediciones. El proyecto abarcó cuatro volúmenes en total, el último, Coda es de 2008, año en que murió Gray.

Dramaturgo y escritor, cuando entró oficialmente en la edad de jubilación, es decir, a los 65 años, Gray empezó a escribir un diario en el que las entradas no van fechadas, pero sí tituladas, y cuyo espíritu está más o menos resumido en esa cita: no maquillarse, el diario entendido como una grabación del pensamiento sin más filtro que el de la preocupación del estilo de la escritura.

El título es un trampantojo: aunque Gray era fumador (mucho, incluso muchísimo) y habla de los problemas de salud que eso le acarrea, el tabaco no es un hilo conductor, tampoco un recurso para darle unidad al libro; es algo que lo acompaña en la escritura y en lo que va contando. Lo que sí planea sobre el libro es el tridente de la vejez, la enfermedad y la muerte: se hace viejo, sus amigos enferman de cáncer, algunos mueren, como el poeta y crítico Ian Hamilton; también a Gray le detectan un cáncer de próstata.

$!Simon Gray y ‘Diarios de un fumador’, el primer volumen de su gran obra

Título: Diarios de un fumador
Autor:
Simon Gray
Traducción: Álex Gibert
Editorial: Gatopardo

Su simpático gruñonismo tiene algo de canto crepuscular: también cierra por jubilación Chez moi, el restaurante donde tiene dos mesas: una para dos cuando acude solo con su mujer, Victoria; una para cuatro cuando el matrimonio Gray queda con el matrimonio formado por Antonia y Harold Pinter –amigo y cómplice de Gray–.

En Diarios de un fumador el presente (cenas, vacaciones en Barbados, visitas al médico, acontecimientos de impacto global, como el 11S) convive con episodios del pasado que recuerda: infancia en Canadá con sus abuelos paternos a refugio de las bombas que caían en Londres; escenas de delincuencia de baja intensidad, un poco à la Antoine Doinel, en Londres; una abuela cariñosa, un abuelo celoso, padre infiel –como él será luego–, un hermano cómplice, otro al que le saca diez años...

A veces, se adivina una variedad peculiar de culpa del superviviente en Gray: su madre murió antes de los sesenta, su hermano menor murió alcohólico, y él, fumador, alcohólico en abstinencia sigue vivo. Y dando guerra. Gray es capaz de escribir un elogio de Steven Seagal (“Me encanta su coleta retro, su cuerpo exuberante y musculoso con esa incipiente obesidad, su andar de pies ligeros y nalgas bamboleantes...”), explicar que el secreto del remontaje de Solo ante el peligro está en las hemorroides de Gary Cooper o de armar una crítica de la poesía de Auden (“cualquier Auden es demasiado, por lo que a mí respecta”), con el mismo rigor y gracia. Viaja a Barbados y declara la guerra fría a otra familia a propósito de una hamaca. Gray no elude la cuestión del dinero: ¿cómo lo paga si no se lo puede permitir? Incluso, responde, entre líneas. Diarios de un fumador es un libro divertido en el que Gray se ofrece con su irresistible y arrolladora personalidad.

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