Stella huye de su vida en Londres, de su familia, de su hermana Nina, a la que lleva ligada desde que nació, tras cruzarse con un hombre que le trae al presente un terrible recuerdo. Después de sobrevivir a una experiencia traumática en Hong Kong, Jake abandona a su mujer para buscar sus orígenes, quizá a su desconocido padre, en un lugar que ni siquiera aparece en los mapas. Dos personas que necesitan esconderse, una para olvidar, la otra para recordar, y que acaban encontrándose cuando menos se lo esperan. ‘La distancia que nos separa’ es la tercera novela que escribió la galardonada Maggie O’Farrell. Fue publicada por primera vez hace veinte años, y en ella la autora irlandesa ya marcaba un estilo muy personal que iría reforzándose con los años en sus siguientes novelas, como las populares ‘Hamnet’ o ‘Retrato de casada’.
A través de una prosa cuidadosamente trabajada, llena de perlas poéticas y recursos que dimensionan las escenas tanto a nivel visual como emotivo, los personajes se van construyendo y deconstruyendo, como sucede con Jake en esta en concreto: “Mueve las piernas como puede e inclina la cabeza hacia atrás buscando aire. La llovizna le acaricia la cara como una pluma. Por arriba, el cielo se curva sobre ellos, negro, plano e impasible, quebrado de plata”. En un juego narrativo cuyo narrador omnisciente alterna con maestría pasado y presente, Jake y Stella nacen al inicio de la novela sintiéndose como dos pequeñas larvas solitarias. A medida que eligen caminos por los que deslizarse van creciendo y acaban desenvolviendo sus majestuosas alas, llenas de colores y matices que definen su existencia, sí, pero también sus límites. Cuando sus caminos se cruzan en un recóndito hotel de Edimburgo, se abrazan, se esquivan... Y buscan uno nuevo en el que quizá puedan seguir volando juntos, a pesar de o gracias a sus orígenes.